domingo, 26 de enero de 2025

El teorema del último suspiro

En el sótano de la vieja biblioteca, donde los libros crepitaban como brasas olvidadas, Rodolfo descubrió un manuscrito anómalo: «Los axiomas de lo imposible». Cada página vibraba con fórmulas que desafiaban la cordura, planteando ecuaciones donde la realidad se rompía como un cristal demasiado tenso. Había un capítulo titulado «Divisiones prohibidas» y otro, aún más críptico, llamado «El límite de la eternidad» Vivida. Fascinado, Rodolfo decidió probar.

En su primera prueba, eligió una ecuación banal: 69 dividido entre 3. Lo que apareció frente a él no fue un número, sino una criatura, un tríptico humano. Tres cuerpos unidos por la espalda, con caras que compartían una sonrisa única, como si se dividieran un solo pensamiento alegre. Era imposible comunicarse con ellos; hablaban en ecos matemáticos. Rodolfo intentó acercarse, pero los seres desaparecieron al unísono, como el rastro de una ecuación borrada de una pizarra.

Intrigado, pasó al segundo capítulo, que parecía requerir más que números. Había nombres, fechas, incluso retratos de ancianos de más de 110 años. Uno de ellos era su tía Justina, quien a sus 114 años no solo seguía viva, sino que insistía en hornear pasteles imposibles: tartas de sabores que no existían en este mundo. Según el libro, esas personas eran errores estadísticos, individuos que, al exceder la edad razonable de la muerte, escapaban de las leyes de la entropía. Justina, decían las ecuaciones, ya no podía morir.

Rodolfo, poseído por la fiebre de lo irreal, fue a visitarla. Justina estaba horneando una tarta de «olor azul». Le habló del libro, pero ella solo reía:

—¿Morirme? ¡Si ya me he olvidado cómo hacerlo! —dijo mientras giraba sobre sus pies en un extraño vals, su sombra proyectando formas geométricas imposibles.

De vuelta en casa, Rodolfo decidió combinar los capítulos: dividir el tiempo de Justina en tres partes iguales, como si fuera la criatura trina. Escribió febrilmente en las páginas del manuscrito, y de repente todo el universo pareció quebrarse.

El tiempo se plegó y él despertó en el cuerpo de un anciano de 117 años. Pero no podía moverse. Frente a él, un Rodolfo joven leía el manuscrito, buscando la forma de dividir su vida. Al final, y demasiado tarde, terminó por darse cuenta: él era Justina, como siempre había sido.

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