domingo, 27 de mayo de 2018
Oscuridad
Tuve un sueño que no era del todo un sueño.
El brillante sol se apagaba, y los astros
vagaban apagándose por el espacio eterno,
sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
oscilaba ciega y oscureciéndose en un cielo sin luna.
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
de esta desolación, y todos los corazones
se congelaron en una plegaria egoísta por luz,
y vivieron junto a hogueras, y los tronos,
los palacios de los reyes coronados, las chozas,
las viviendas de todas las cosas que habitaban,
fueron quemadas en los fogones, las ciudades se consumieron,
y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
para verse de nuevo las caras unos a otros.
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
de los volcanes, y su antorcha montañosa,
una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
se encendió fuego a los bosques, pero hora tras hora
fueron cayendo y apagándose, y los crujientes troncos
se extinguieron con un estrépito y todo quedó negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
tenían un aspecto no terreno cuando de pronto
haces de luz caían sobre ellos; algunos se tendían
y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
sus barbillas en sus manos apretadas y sonreían;
y otros iban rápido de aquí para allá y alimentaban
sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
suplicando con loca inquietud al sordo cielo,
el sudario de un mundo pasado, y entonces otra vez
con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban
y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
y se enroscaron escondiéndose entre la multitud,
siseando, pero sin picar, y fueron muertas para servir de alimento.
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
se sació otra vez; una comida se compraba
con sangre, y cada uno se hartó resentido y solo
atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor.
Toda la tierra era un solo pensamiento y ese era la muerte
inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
del hambre se instaló en todas las entrañas, hombres
morían y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
el magro por el magro fue devorado,
y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
sino que con un gemido piadoso y perpetuo
y un corto grito desolado, lamiendo la mano
que no respondió con una caricia, murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
de una ciudad enorme sobrevivieron,
y eran enemigos; se encontraron junto
a las agonizantes brasas de un altar
donde se había apilado una masa de cosas santas
para un fin impío; hurgaron,
y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
en las débiles cenizas, y sus débiles alientos
soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
que era una ridícula; entonces levantaron
sus ojos al verla palidecer, y observaron
el aspecto del otro, miraron, y gritaron, y murieron.
De puro espanto mutuo murieron,
sin saber quién era aquel sobre cuya frente
la hambruna había escrito "Enemigo". El mundo estaba vacío,
lo populoso y lo poderoso era una masa,
sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida;
una masa de muerte, un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
y nada se movía en sus silenciosos abismos;
los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
dormían en el abismo sin un vaivén.
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
antes ya había expirado su señora la Luna;
los vientos se marchitaron en el aire estancado,
y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
de su ayuda... Ella era el universo."
Lord Byron, traducción de José María Martín Triana
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