domingo, 4 de abril de 2021

A m i s t a d

La amistad es un espejo de la presencia y un testimonio del perdón. La amistad no sólo nos ayuda a vernos a nosotros mismos a través de los ojos del otro, sino que sólo puede sostenerse a lo largo de los años con alguien que nos ha perdonado repetidamente nuestras ofensas, ya que debemos encontrar en nosotros mismos el perdón a su vez. Un amigo conoce nuestras dificultades y sombras y permanece a la vista, compañero de nuestras vulnerabilidades más que de nuestros triunfos, cuando tenemos la extraña ilusión de no necesitarlos. La amistad real es una bendición precisamente porque su forma elemental se redescubre una y otra vez a través de la comprensión y la misericordia. Todas las amistades de cualquier duración se basan en un perdón continuo y mutuo. Sin tolerancia y misericordia todas las amistades mueren.

En el transcurso de los años, una amistad estrecha siempre revelará la sombra en el otro tanto como nosotros mismos, para seguir siendo amigos debemos conocer al otro y sus dificultades e incluso sus pecados y alentar lo mejor de ellos, no a través de la crítica sino dirigiéndose a la mejor parte de ellos, el borde creativo principal de su encarnación, desalentando así sutilmente lo que los hace más pequeños, menos generosos, menos de sí mismos.

A través de los ojos de una verdadera amistad, un individuo es más grande que sus acciones cotidianas, y a través de los ojos del otro recibimos un mayor sentido de nuestra propia persona, aquella a la que podemos aspirar, aquella en la que tienen más fe. La amistad es una frontera móvil de comprensión no sólo del yo y del otro, sino también de un futuro posible y aún no vivido.

La amistad es el gran transmutador oculto de toda relación: puede transformar un matrimonio problemático, hacer honorable una rivalidad profesional, dar sentido al desamor y al amor no correspondido y convertirse en el terreno recién descubierto para una relación madura entre padres e hijos.

Casi siempre se subestima la dinámica de la amistad como fuerza constante en la vida humana: un círculo de amigos cada vez más reducido es el primer diagnóstico terrible de una vida con profundos problemas: de exceso de trabajo, de demasiado énfasis en una identidad profesional, de olvido de quién estará ahí cuando nuestras personalidades blindadas se topen con los inevitables desastres naturales y vulnerabilidades que se encuentran incluso en la existencia más promedio.

A través de los ojos de un amigo aprendemos especialmente a seguir siendo al menos un poco interesantes para los demás. Cuando aplanamos nuestra personalidad y perdemos la curiosidad por la vida del mundo o del otro, la amistad pierde espíritu y animación; el aburrimiento es el segundo gran asesino de la amistad. A través de las sorpresas naturales de una relación mantenida a través del paso de los años reconocemos los círculos sorprendentes más grandes de los que formamos parte y la fidelidad que nos lleva a un sentido más amplio de la revelación independiente de la relación humana y, en esa fidelidad, emprender el difícil camino de convertirnos en un buen amigo de nuestro propio ir.

La amistad trasciende la desaparición: una amistad perdurable continúa después de la muerte, el intercambio sólo se transmuta por la ausencia, la relación avanza y madura en una silenciosa conversación interna incluso después de que una mitad del vínculo haya fallecido.

Pero independientemente de las virtudes medicinales de ser un verdadero amigo de mantener una larga relación estrecha con otro, la piedra de toque definitiva de la amistad no es la mejora, ni del otro ni de uno mismo, la piedra de toque definitiva es el testimonio, el privilegio de haber sido visto por alguien y el igual privilegio de que se te conceda la visión de la esencia del otro, de haber caminado con él y de haber creído en él, y a veces simplemente de haberle acompañado, por breve que sea, en un viaje imposible de realizar en solitario.

- David Whyte, Consolations