Vivía en una ciudad donde los relojes andaban hacia atrás y las sombras vagaban solas. Su nombre era Ulises, un hombre que amanecía antes de quedarse dormido y soñaba después de que sus párpados despertaran.
Las calles eran ríos de arena que cambiaban de rumbo junto con el viento y las palabras se paseaban libres como mariposas sin viento. Ulises era un buscador, buscaba algo que, al final del día, no recordaba haber perdido.
La llave sin puerta estaba en su bolsillo, una llave que, aunque no abría ninguna entrada, destellaba en un sol de mil luces cada noche sin luna.
Un día, después de contemplar la extraña fuga de su propia sombra por un callejón que no existía, la siguió. Al final de la acera le esperaba un grupo de árboles con raíces por encima de la Tierra y ramas en el cielo. Aquí conoció a una mujer sin rostro que le ofreció un espejo hecho de agua. “Aquí”, dijo, “podrás ver lo que no eres”. Ulises miró en el espejo y vio un desierto infinito donde una estatua de arena se desmoronaba con cada latido de su corazón. Soltó el espejo confundido; la gota de agua se expandió en una nube que subió hasta verse disipar.
Siguió caminando y llegó a una casa que era más grande por dentro que por fuera. Las habitaciones tenían ventanas repletas de bruma y un reloj que se resistía de manera terca en marcar las mismas horas. Al fin de un pasillo sin fin, una puerta guardaba un abismo que olía a cosmos. Metió la llave y observó cómo el vacío estaba lleno de estrellas cantando canciones sin sonido.
Fue ahí cuando Ulises entendió que buscaba respuestas en donde las preguntas iban a morir. Entonces se sentó al borde del abismo y dejó que las estrellas le contaran cosas sin principio ni fin. Sintió que su sombra había vuelto, era luz y era sombra. Y juntos, se disolvieron en una sola existencia de sombra y luz, ser y no ser.
Fueron y quedaron, ya no había tiempo, y Ulises se convirtió en una abstracción en la mente de algún dios muerto. La ciudad siguió girando sin final. La gente siguió persiguiendo sus sombras y no dando nunca con ellas. Pues la vida y el absurdo y la maravilla que es, continuaron eternas y finitas. La vida es un sueño en el que no desea despertar nadie.
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Sé buena persona y por favor no castigues mis marchitas neuronas con otra escritura que no sea la respetuosa con la puntuación y la ortografía, el censor que llevo dentro te lo recompensará continuando dormido.