domingo, 6 de octubre de 2024

El arte de aprender: repetición y selección del objeto de estudio

El concepto de overlearning o sobreaprendizaje, tal como lo plantea el científico cognitivo Daniel Willingham, pone sobre la mesa una reflexión profunda sobre cómo aprendemos y, más importante aún, sobre cómo asegurarnos de que lo que aprendemos perdure en el tiempo. En una época donde la información nos bombardea desde múltiples frentes y la educación se ve constantemente desafiada a adaptarse a nuevas tecnologías y metodologías, el sobreaprendizaje emerge como un recordatorio contundente: lo esencial sigue siendo practicar hasta dominar.

Una de las ideas centrales que presenta Willingham es que no todo puede ser practicado hasta la saciedad, sencillamente porque no hay tiempo. Esto implica tomar decisiones, tanto por parte de los docentes como de los estudiantes, sobre qué contenido es el que realmente debe practicarse hasta la automatización. El tiempo es un recurso limitado y debe invertirse en aquellos elementos que tendrán un impacto duradero, no solo en el rendimiento académico, sino también en la vida cotidiana.

Uno de los desafíos más interesantes que plantea el sobreaprendizaje es la necesidad de seleccionar con cuidado el contenido que merece ser practicado hasta la maestría. Willingham menciona ejemplos claros en disciplinas como las matemáticas, donde los estudiantes deberían automatizar conceptos recurrentes como las fracciones, los decimales o los números negativos. Estos elementos constituyen los «bloques básicos» sobre los cuales se construyen conocimientos más avanzados. Si no se dominan con rapidez y precisión, el estudiante se verá abrumado cuando se enfrente a problemas más complejos.

Lo mismo sucede con los idiomas, donde la gramática y la puntuación precisas deben convertirse en hábitos automáticos. Más allá de la corrección ortográfica, lo que se busca es que el alumno tenga un control fluido y casi instintivo de la lengua, lo que le permitirá no solo expresarse correctamente, sino también dedicarse a reflexiones más complejas sobre el uso del lenguaje, su estilo y la coherencia de su discurso.

Este proceso de automatización no se limita solo a las habilidades académicas tradicionales. También puede aplicarse a otros aspectos del aprendizaje y la vida. La repetición y la práctica continua de ciertos hábitos de pensamiento crítico, por ejemplo, pueden ayudar a los estudiantes a evaluar situaciones con más agudeza, o a identificar patrones importantes en diferentes disciplinas.

Otro de los puntos que aborda Willingham es el del olvido, un proceso natural que afecta a todos. Si no practicamos algo con frecuencia, lo olvidamos. Para contrarrestar esto, el sobreaprendizaje insiste en la práctica extensa y repetida. Esto es clave, especialmente en áreas que requieren un recuerdo preciso y rápido, como el aprendizaje de un nuevo idioma. No basta con memorizar las conjugaciones verbales; es necesario practicarlas hasta que se vuelvan casi instintivas, hasta el punto en que el error sea prácticamente imposible.

Esta idea nos recuerda que la práctica no es simplemente para aprender, sino para retener. Y, aunque parezca evidente, en el contexto de la educación moderna, donde la inmediatez y la rapidez parecen ser prioridades, es una lección que no deberíamos olvidar. No hay atajos ni sustitutos para la práctica prolongada. En un mundo que premia la novedad, el sobreaprendizaje nos invita a valorar la profundidad y el dominio real sobre el conocimiento superficial.

Una de las propuestas más interesantes que plantea Willingham es que no debemos practicar solo hasta que el estudiante «lo haga bien», sino hasta que sea incapaz de hacerlo mal. Esta distinción es crucial. En la educación, a menudo celebramos cuando un estudiante consigue resolver un problema o recuerda un dato con éxito. Pero el verdadero aprendizaje, el que perdura y el que permite a una persona aplicar sus conocimientos en situaciones nuevas o inesperadas, es aquel que se ha practicado tanto que ya no requiere un esfuerzo consciente.

Para ilustrar esto, podemos pensar en el ejemplo del aprendizaje de un instrumento musical. Un pianista no llega a dominar una pieza compleja simplemente tocándola correctamente una vez. Debe tocarla tantas veces que sus dedos se muevan por las teclas casi sin pensar. Solo entonces está realmente listo para interpretar la pieza con emoción, creatividad y fluidez. En el ámbito académico, ocurre lo mismo: una vez que los conocimientos básicos han sido automatizados, el estudiante tiene el espacio mental necesario para abordar tareas más complejas y creativas.

En un mundo donde la educación parece buscar la innovación constante, el overlearning nos recuerda que a veces lo más efectivo no es nuevo, sino lo que ha sido olvidado o dejado de lado. Practicar hasta la automatización puede parecer un enfoque tradicional o anticuado en comparación con las nuevas metodologías educativas, pero su eficacia está respaldada tanto por la ciencia cognitiva como por la experiencia práctica. Y, más allá de las modas educativas, lo que realmente necesitamos es un aprendizaje que no solo sea significativo, sino que también sea duradero.

Es en este equilibrio entre la selección cuidadosa del contenido, la práctica extensa y la resistencia al olvido donde reside la verdadera clave del aprendizaje duradero. Al final del día, el objetivo no es acumular información, sino dominar el conocimiento que será más útil a lo largo de la vida.

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