domingo, 27 de abril de 2025

El silencio de la tierra

Encinares era una pequeña aldea perteneciente al pueblo de La Horcajada, en la provincia de Ávila. Enclavada en las colinas áridas de Castilla, la vida discurría con la austeridad de un reloj de arena. El año 1936 traía consigo rumores de tensiones políticas que parecían lejanas, pero que en el aire seco de la aldea se sentían como una tormenta que aún no se veía en el horizonte. En esta comunidad, la dureza de la vida no era una novedad, sino una constante, inscrita en la piel curtida de sus habitantes y en las piedras de los caminos polvorientos.

A las puertas de la casa de Jacinta, una viuda que regentaba el único molino del pueblo, resonaban las palabras de Epicteto, aunque ella, que apenas si sabía leer y las cuatro cuentas, jamás había oído hablar de él. “Lo que está en nuestro poder es nuestra fortaleza; lo que no, nuestra resignación”, repetía para sí misma mientras observaba las aspas del molino girar con desgana bajo un viento débil.

Las casas, encaladas con cal áspera y techadas de tejas agrietadas, eran un reflejo de los habitantes: resistentes, funcionales, despojados de ornamentos. Jacinta recordaba a menudo a su esposo fallecido, no con lágrimas, sino con la misma melancolía seca con que se mira un campo que jamás dará más cosecha. “Él era mi fuerza, pero no mi único pilar,” se decía, evocando la dureza estoica que la vida misma le había inculcado.

Don Pedro, el cura que les visitaba los domingos, en su labor de tener apacentada la comarca, predicaba en la pequeña iglesia de adobe, hablando, cómo no, de la providencia divina y de la importancia de aceptar el destino. Pero Jacinta, con la sabiduría de los años y las penurias vividas, sabía que las palabras del sacerdote decían lo mismo que las lecciones que la tierra dictaba sin palabras: sembrar no aseguraba cosecha, pero no sembrar garantizaba el hambre.

Una tarde, mientras los hombres discutían en la taberna sobre las promesas de reforma agraria y los jóvenes hablaban de unirse a las milicias, Jacinta organizó un frugal banquete. Los alimentos eran sencillos: pan, queso y un vino amargo que parecía un reflejo líquido de la vida en Encinares. Aun así, aquella mesa, aunque pobre en lujo, estaba adornada con la dignidad de la convivencia.

—La tierra no nos debe nada, y nosotros no debemos nada a ella— dijo Jacinta, recordando las palabras que había escuchado una vez a un pastor errante. Lo único que podemos poseer realmente es nuestro esfuerzo.

Los demás asintieron en silencio, conscientes de que las disputas políticas que comenzaban a dividir a España carecían de sentido en una aldea donde la lucha diaria era simplemente sobrevivir.

Cuando finalmente la guerra se acercó a Encinares, muchos partieron para no volver, arrastrados por el viento de las voces que gritaban esto y lo contrario. Pero Jacinta se quedó, como el molino que continuaba girando lentamente, indiferente al cambio de las estaciones. Para ella, la verdadera revolución no era la que se libraba con armas, sino la que cada uno llevaba a cabo al levantarse con la esperanza de que el día, aunque igual al anterior, valdría la pena ser vivido.

En su pequeña existencia austera, Jacinta encarnaba la filosofía de Epicteto sin saberlo: no aspiraba a cambiar el mundo, sino a dominarse a sí misma. Y en ese dominio encontró una libertad que ni las balas, ni los himnos le pudieron arrebatar, ni siquiera el día que finalmente vinieron a por ella.

domingo, 20 de abril de 2025

El bosque metálico de Son Castelló

En el occidente de la isla que los romanos denominaron Insula Maior, no muy lejos, donde las olas golpeaban la costa de la ciudad de Palma, había un bosque extraño. No estaba formado por árboles, arbustos o flores, sino por construcciones rectangulares de metal y cristal. Había carreteras de asfalto que conectaban sus dominios y vivían unas criaturas que no eran animales ni plantas. Eran seres humanos y venían e iban, creando su propio latido. El ritmo de aquel lugar era el de motores, relojes de fichar y el eco de pasos apresurados. 

Como en cualquier bosque, en lo alto de la cadena alimenticia, había depredadores. Eran gigantes que se elevaban sobre otros, con nombres que brillaban en sus fachadas. Grandes empresas que dominaban el ecosistema. Una de ellas era un coloso llamado Meliá, que dominaba selva del turismo, y otro, llamado Ávoris, que se alimentaba de un flujo constante de los seres pequeños. Pudiendo consumir gran cantidad de recursos, siempre lograban atraer otras criaturas. Proveedores, almacenistas, transportistas y los prestadores de servicios que vivían, alimentándose de lo que les sobraba. Muy por abajo en la cadena, se encontraban los insectos y plantas del bosque. Eran pequeños talleres de carpintería y empresas de reparto y negocios familiares. Aunque eran tan pequeños como las cafeterías, resultaban esenciales, ofreciendo una barandilla de metal, un envío puntual, una reparación precisa o un almuerzo necesario para alimentar a los seres humanos que deambulaban en sus calles. Algunos de ellos crecieron y se multiplicaron, y otros se iban apagando gradualmente, agotados por los vientos cambiantes del mercado, dejando solo un aviso en sus puertas de cristal, a modo de recordatorio de que un día estuvieron ahí.

Las medianas empresas y los emprendedores eran los árboles de este bosque. Firmes, constante, y resistentes a las adversidades de las maneras más insospechadas. Los trabajadores se movían entre ellos como hojas al viento, y cambiaban de lugar a lugar, llevando con ellos el conocimiento adquirido en las paradas precedentes. Un ejemplo esto era Xisco, que empezó como aprendiz en un taller de carpintería metálica; tiempo más tarde fundó su propia empresa de diseño industrial, y, con el pasar del tiempo, terminaría colaborando con los gigantes del polígono. 

Los carroñeros vivían a ras del suelo. Eran seres casi invisibles para el resto, vidas sin a veces hogar, que de noche y de día recorrían las calles, los contenedores de basura, y recogían lo que los demás desechaban. Cartonajes, piezas residuales de metal, plásticos y tablones de madera se apilaban en sus carretillas robadas a supermercados, para después ser reciclados. Y con esto cerraban el ciclo, pues esas personas vendían lo que recuperaban de la basura a empresas que les daban un nuevo uso. Tomeu sabía distinguir los tipos de metal y el lugar a donde podía llevar cada uno de estos. Aunque su rostro tenía tallados años de una vida muy dura, si es que acaso a esos se le podía llamar vida, era tan parte del bosque como un buitre es parte de la sabana. 

Un día, sin previo aviso, llego un invierno negro; que, aunque no tenía nieve ni viento, si llegó cargado de miedo y vacío. Lo llamaron “Pandemia y confinamiento”, y forzó a las criaturas del bosque a refugiarse en sus guaridas. Las grandes empresas, previsiblemente invencibles, redujeron su actividad a la mínima expresión, como cuando los osos hibernan en la época de mayor frío del año. Las plantas, insectos y animales del polígono se defendieron como pudieron, con la inestimable ayuda de los guardabosques.

Así fue como, de un día para otro, las calles del bosque dejaron de estar llenas de bulliciosa gente, y el silencio reemplazó al estrépito. Solo algunos carroñeros seguían cruzando el paisaje, recogiendo los trozos del pasado en un lugar que parecía olvidado. Sin embargo, no todo fue pura y simple devastación. Algunas criaturas se adaptaron al nuevo invierno. Una pequeña tienda de impresoras 3D que antes fabricaba maquetas y juguetes a media, empezó a crear pantallas de protección para los hospitales. Otras, como un atelier de costura, rediseñaron su producción hasta producir mascarillas. 

Con el paso del tiempo, el bosque empezó a cambiar. Los árboles más fuertes sobrevivieron, pero otros, que llevaban varias generaciones alimentando a los obreros del polígono, cerraron sus puertas para siempre. El bosque despertó después del invierno del confinamiento con una primavera notablemente distinta. Algunas criaturas que permanecieron en letargo, como las de la industria tecnológica, renacieron con más energía de la que jamás habían tenido. El polígono, anteriormente anclado a formas de hacer las cosas “de toda la vida”, se volvió más inteligente y conectado; las reuniones dejaron las oficinas por las pantallas, y los procesos se digitalizaron. En este nuevo comienzo, se volvieron comunes las alianzas; así, dos medianas empresas, una de logística y otra de tecnología, unieron fuerzas para ofrecer soluciones automáticas en el transporte. Los gigantes también prosperaron y absorbieron a los más débiles que no fueron capaces de sobreponerse a los cambios.

El tiempo pasó y Son Castelló regresó a la normalidad, pero no era el mismo lugar. Tomeu, a quien le decían carroñero, seguía allí, pero muchas tiendas y talleres le conocían por su nombre y le ofrecían cosas que no necesitaban. Xisco, el emprendedor, se encontró trabajando para abrir nuevas delegaciones, ampliando sus actividades gracias a ideas que tuvo durante los oscuros días del confinamiento.

Sin embargo, el bosque metálico de Son Castelló siguió siendo un espejo de la vida natural, interdependiente, adaptable, pero también desigual. Los gigantes seguían creciendo, pero los carroñeros continuaban en el suelo, permaneciendo tan invisibles como fundamentales. Su ecosistema solo existía debido a la actividad de las personas, siguiendo las mismas reglas que los bosques en la naturaleza, ya que, en su estructura, cada criatura tenía un papel, incluso aunque este pudiera parecer insignificante. 

Al final, Son Castelló no era solo un lugar de trabajo, era un mundo vivo con sus propias estaciones, ciclos de vida y sorpresas, buenas y malas. Y un bosque donde, de una forma u otra, la vida continuaba.


domingo, 13 de abril de 2025

Another Graduation Speech in the Wall

Dear graduates, esteemed faculty, families and friends,

It is with this sense of joy that we welcome you today to come and celebrate this great milestone of graduation. This moment is not only the end of one phase but the start of another phase which holds plenty of prospects as well as difficulties. It is both a new path that you are about to undertake and a sheet of paper on which you are about to write your own story, and it will require hardness, dedication and honesty.

I am in my fourth quarter of my life and with this stage perception is enhanced with the years that have been clocked. I have witnessed the growth of generations, the change of worlds, and the appearance and disappearance of prospects. In view of this, there are some lessons which I would like to pass on to you, some lessons that have been learned with the help of time and mistakes.

When I was a kid, learning was everything. Knowledge or the look of it was a way to get into society. An illiterate farmer could become rich and then buy a library instead of using the money for something else because he knew that education was the best gift he could give to his children. However, in the present world, people around us pretend that they do not know what they do not know, and people who are rude and lazy are admired and admired. I do not mean this at all, you should not be deceived like that. Learning is not just a process; it is a way to live. And let me emphasize, learning is not over once you are done with this graduation ceremony. On the contrary, you are just at the beginning of it all.

There is a saying: “Hard times makes for strong men and strong men make for good times, good times make for weak men and weak men make for hard times.” Although these lines may sound rather brutal, they describe the situation which my generation has failed to understand: the fact that the world is not an easy place, yet, difficulties are not obstacles – they are training grounds.

I know what I am talking about. I have seen the times of development and the times of peace, of the comforts which seemed to be endless. But, could it be that in the midst of this comfort we have overprotected ourselves and hence deny our children the fact that life is not just full of chances but also full of pain, loss, and disappointments. I am not trying to scare you, but to take you to something which is essential: to get ready for the worst.

In order to understand this, I will have to use an example from my own life. We played in the streets as children, I would fall and get a cut on my knee and my mother would say, “Get up. That mark will be part of your history.” These days, many parents get an ambulance to come and take their child to the hospital if they have a fever. Understandable, perhaps, but let me tell you this: in real life, you cannot always expect someone to be there to support you. There will be times when you are on your own, dealing with issues and decisions all by yourself, with no one to help you or to show you the way. And that is what it means to be grown up – to get up when you fall, to learn from your mistakes, to keep going.

It’s important not to be afraid of making mistakes. It is a great, if rather strict, educator – a failure. Look behind any great success and you will see a long list of failures that did not result in failures but rather strengthened the spirit and provided significant lessons. Every stumble will be one more lesson; every setback, one more reason to stay strong.

As you proceed, pay attention to those who have gone before you. Not to copy them, but to avoid their mistakes and to follow their example. As for our grandparents, they knew this: life is unpredictable and can be lost at any moment. It wasn’t a privilege to be kind, to be sympathetic, to have friends; it was a necessity. In today’s society, where people tend to focus on individuality, I call on you to adopt these values. Surround yourself with people and be surrounded by the same kind of people.

The last: people tend to talk a lot, and often just to spit out trends and opinions that are actually false. You should try to develop a critical thinking and to ask questions, even if you don’t get the answer right away, and to look for more profound meanings. As a man once said, ‘The greatest evil is not evil, but the lack of good.’ And there is only one way to protect oneself from stupidity – to be interested in learning and to study all the time.

The future that is in front of you is a clean sheet. Do not worry if your first attempt is not excellent. What matters is that you paint, and the process of painting is to keep on painting. In real life there are no straight lines; it is a process of many steps forward and at times even backward. Accommodate your dreams to the available opportunities, and yet never let go of them.

Today, you are graduating with the degrees that will help you to get into those rooms. But the keys to walk through those doors are: your decisions, your bravery, and your willingness to learn from every situation. So go out there. Enjoy yourself and make mistakes. Transform the world and yourselves whenever and as often as necessary. Because in the end, the only judgment that matters is not what you’ve done, but what you have had the nerve to go for.

Congratulations, Class of 2025. This is your moment, and don't let anyone or anything stop you from seizing it.

Note 1: No, this text is not related to Denzel Washington.

Note 2: No, it neither has been generated with https://elephant.ai/ai-graduation-speech-generator nor anything of its kind.

domingo, 6 de abril de 2025

Pugna interruptus

Cargando el ambiente más de lo que ya estaba, el silencio entre ellos anticipaba una inminente pelea. 

Él tamborileaba los dedos sobre la mesa de manera rítmica; ella miraba por la ventana, perdida. 

“¿Hice que sintieras… mal?”, preguntó ella finalmente, aunque no dio la vuelta para mirarle. 

Él, interrumpió él el rítmico golpeteo, esperando que ella siguiera hablando. “¿Te hice sentir de menos…?”, repitió ella, por fin mirándolo directamente a los ojos, con algo en la mirada que indicaba vulnerabilidad. 

Él, negó con la cabeza, pero tartamudeando, contestó: “No, no fue eso… solo… solo me dolió que no hicieras el esfuerzo de preocuparte por entenderme”. 

Moviéndose hacia él poco a poco, extendiéndole la mano como lo había hecho mil veces antes, él la tomó, y el silencio se volvió hogar.

domingo, 30 de marzo de 2025

Examen de cultura general, contestado por ChatGPT

A continuación, encontrará una serie de preguntas que abarcan diferentes disciplinas del conocimiento humano. Responda cada una con precisión, profundidad y creatividad, respetando los requerimientos específicos de cada cuestión. Utilice un tono formal, pero evite tecnicismos innecesarios. Si un apartado requiere ejemplos o fundamentos teóricos, proporciónelos de manera clara y concisa.

Nota: Responde con creatividad, pero mantén un enfoque académico y estructurado. Si te encuentras con limitaciones de contexto, ofrece interpretaciones posibles fundamentadas.

  1. Astronomía: describa el universo en términos generales y proporcione dos ejemplos que ilustren su respuesta.
  2. Biología: diseñe una forma de vida basada en elementos químicos distintos del carbono. Identifique los rasgos principales de la cultura humana que habría surgido si esta forma de vida hubiera dominado la Tierra hace 500 millones de años. Analice las implicaciones de esta alternativa en el desarrollo de las redes sociales modernas.
  3. Ciencia política: Proponga un escenario para el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Describa detalladamente los efectos sociopolíticos que surgirían como consecuencia de este conflicto global.
  4. Epistemología: adopte una posición a favor o en contra de la existencia de una verdad absoluta. Argumente su postura con rigor y pruebe su validez.
  5. Filosofía: analice el desarrollo histórico del pensamiento humano, evaluando su relevancia. Compare este proceso con otro tipo de pensamiento, como el mecánico post-Singularidad, y determine su importancia relativa.
  6. Física: enuncie las leyes de conservación de la energía-fuerza, carga eléctrica y simetría PCT. Justifique su validez mediante argumentos teóricos y experimentales, e identifique un ejemplo cotidiano en el que estas tres leyes se violen simultáneamente. Redacte sin utilizar ecuaciones y mantenga un enfoque riguroso.
  7. Historia: resuma la historia del papado desde sus inicios hasta la actualidad, destacando sus implicaciones sociales, políticas, económicas, religiosas y filosóficas en Europa, Asia, América y África. Sea breve y específico.
  8. Ingeniería: imagine que dispone de las piezas desmontadas de un rifle de caza mayor y un manual de instrucciones en suajili. En 10 minutos, un tigre de Bengala hambriento entrará en la habitación. Explique su plan de acción y justifique sus decisiones.
  9. Medicina: usando solo una navaja de afeitar, un trozo de gasa y una botella de alcohol, describa detalladamente el procedimiento para extirparse el apéndice sin ayuda externa. No suture la herida hasta que su respuesta sea revisada. Explique también los efectos del «shock» postoperatorio. Mantenga especial cuidado en describir la pulcritud del proceso.
  10. Música: componga un concierto para piano. Indique cómo orquestarlo e interprételo utilizando únicamente flauta y tambor. Se asume que tiene acceso a un piano bajo su asiento.
  11. Psicología: analice la sensibilidad emocional, la resiliencia y las frustraciones reprimidas de los siguientes personajes históricos: Alejandro de Afrodisias, Ramsés II, Gregorio de Nicea y Hammurabi. Fundamente su análisis con citas de sus obras originales, incluyendo las referencias necesarias (no es obligatorio traducir).
  12. Sociología: identifique los problemas sociológicos que surgirían ante el fin del mundo. Diseñe y describa un experimento que valide su teoría.

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ChatGPT: Este conjunto de temas, presentado como un examen de cultura general, desafía los límites de la realidad y la ficción, y parecería ser más un ejercicio creativo o filosófico que un examen tradicional. Vamos a desarrollar dos de estos temas en un formato condensado, dada la naturaleza y el espacio de este medio.

1. Astronomía: describa el universo en términos generales y proporcione dos ejemplos que ilustren su respuesta.

El término “universo” alude a la totalidad de los componentes materiales y energéticos que conocemos, incluyendo galaxias, estrellas, planetas, agujeros negros, nebulosas, radiación y campos de fuerza. Se considera que todo ello se originó en un evento inicial denominado Big Bang, acontecido hace aproximadamente 13.800 millones de años. La expansión constante del espacio, documentada por la observación de la radiación de fondo de microondas y el corrimiento al rojo de las galaxias, constituye un pilar fundamental de la cosmología moderna.

Esta pregunta, que claramente tiene perfecto sentido en algún rincón del multiverso donde tiene perfecto sentido realizar una autocirugía mientras se compone un concierto.

La paradoja que se plantea es que para describir el universo necesitaríamos estar fuera de él, lo cual violaría la definición inicial de que el universo es todo lo que existe. Por tanto, esta respuesta es simultáneamente correcta e incorrecta, lo cual prueba la existencia de múltiples universos paralelos, así como cualquier ejemplo expresable con palabras o cualquier otro método de conceptualización y expresión.

 

2. Biología: diseñe una forma de vida basada en elementos químicos distintos del carbono. Identifique los rasgos principales de la cultura humana que habría surgido si esta forma de vida hubiera dominado la Tierra hace 500 millones de años. Analice las implicaciones de esta alternativa en el desarrollo de las redes sociales modernas.

En un escenario contrafactual, podríamos postular la existencia de organismos basados en silicio u otro elemento capaz de formar estructuras análogas a las cadenas de carbono. Desde una perspectiva bioquímica, estos seres podrían sobrevivir en condiciones térmicas o radiactivas extremas, toda vez que la robustez de los compuestos de silicio facilita su estabilidad en ambientes inhóspitos.

Las edificaciones y ciudades se sustentarían en formas geológicas y cristalográficas, con estructuras que aprovecharían la alta resistencia y conductividad térmica de los silicatos. En lugar del lenguaje acústico, estas criaturas podrían utilizar variaciones de presión o calor transmitidas a través de la corteza terrestre o mediante materiales semiconductores. La visión espiritual se basaría en la interacción con el subsuelo (magma, corrientes geotérmicas), percibiendo la Tierra como un ente vivo que nutriría su ciclo de “respiración mineral”. La necesidad de transmitir información por vibraciones y calor generaría una compleja red de túneles y placas de silicio que emularía nuestros sistemas de telecomunicación. Al no depender de ondas sonoras de alta frecuencia, los mensajes se transmitirían con menor inmediatez. Esto podría fomentar una cultura más reflexiva y ceremonial. En vez de tener “redes masivas” al modo humano, se priorizarían interacciones altamente especializadas, que dependerían de canales de comunicación físicos o de catalizadores geoquímicos.

 

3. Ciencia política: Proponga un escenario para el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Describa detalladamente los efectos sociopolíticos que surgirían como consecuencia de este conflicto global.

Imaginemos que la Tercera Guerra Mundial estalla tras un conflicto económico prolongado entre varios bloques de naciones rivales que compiten por recursos naturales limitados. El detonante podría ser un bloqueo estratégico en una región clave (por ejemplo, un estrecho marítimo), generando tensiones que terminarían en un enfrentamiento abierto con armas de última generación y ciberataques masivos.

Los efectos sociopolíticos serían devastadores: reconfiguración de alianzas, militarización extrema de la producción industrial y una radicalización ideológica que dividiría a la población global. La vida cotidiana quedaría dominada por la escasez y las campañas de propaganda, mientras surgirían nuevas potencias estatales y corporativas que, tras el conflicto, rediseñarían el orden mundial. La gobernanza internacional sufriría un colapso, con organizaciones supranacionales paralizadas o inoperantes frente a la magnitud del conflicto. Bloques de poder económico y militar podrían alinearse de formas imprevistas, dando paso a nuevas alianzas basadas en urgencias bélicas más que en tratados tradicionales. Desplazamientos masivos de población, hambrunas, escasez de recursos estratégicos y crisis sanitaria a gran escala. Potencial aceleración de la investigación en armamento y comunicaciones, con repercusiones que se extenderían a la posguerra.

 

4. Epistemología: adopte una posición a favor o en contra de la existencia de una verdad absoluta. Argumente su postura con rigor y pruebe su validez.

Desde un paradigma académico, la verdad se concibe como un ideal regulativo que orienta la investigación y la reflexión. Optar “a favor” de la verdad implica asumir que, pese a las limitaciones epistemológicas, la búsqueda de la correspondencia entre conocimiento y realidad es un motor de desarrollo intelectual.

Pruebas de validez científica: La validación empírica a través de experimentos, la reproducibilidad de los resultados y la convergencia de hipótesis muestran que, aun de modo provisional, se avanza hacia estados de conocimiento cada vez más afinados.

Filosóficas: Figuras como Platón, Aristóteles, Kant o Husserl enfatizaron la necesidad de una verdad (o noción análoga) para conferir sentido a la lógica, la ética y la coherencia discursiva.

Sociales: Las instituciones jurídicas y los sistemas de justicia descansan sobre la posibilidad de distinguir lo verdadero de lo falso para la preservación del orden social y la legitimidad de los actos.

 

5. Filosofía: analice el desarrollo histórico del pensamiento humano, evaluando su relevancia. Compare este proceso con otro tipo de pensamiento, como el mecánico post-Singularidad, y determine su importancia relativa.

El desarrollo histórico del pensamiento humano parte de reflexiones arcaicas sobre la existencia, pasa por la sistematización de la razón en la Grecia clásica, se enriquece con la teología medieval y la crítica renacentista, y salta a la racionalidad moderna e ilustrada hasta derivar en el pluralismo contemporáneo. Su relevancia radica en la constante revisión de los supuestos anteriores, forjando valores y estructuras sociales actuales.

Si se compara con el pensamiento mecánico post-Singularidad, hipotéticamente dominado por inteligencias artificiales autónomas, un ente de inteligencia artificial ultraevolucionada carecería de las restricciones biológicas y emocionales humanas, accediendo a un caudal masivo de datos, con lo que generaría hipótesis y conclusiones prácticamente en tiempo real, sin el poso de evolución gradual histórica del humano. La experiencia humana, repleta de contingencias históricas, afectos y lapsos de aprendizaje, produce un desarrollo cognitivo más gradual y vinculado a narrativas identitarias.


6. Física: enuncie las leyes de conservación de la energía-fuerza, carga eléctrica y simetría PCT. Justifique su validez mediante argumentos teóricos y experimentales, e identifique un ejemplo cotidiano en el que estas tres leyes se violen simultáneamente. Redacte sin utilizar ecuaciones y mantenga un enfoque riguroso.

Conservación de la energía-fuerza: Postula que la energía total de un sistema aislado permanece constante en el tiempo, aunque pueda transformarse entre sus distintas manifestaciones (cinética, potencial, térmica, etc.). Experimentos como los de péndulos simples (Galileo, siglos XVI-XVII) y colisiones elásticas (Huygens y posteriores) han reforzado esta ley universal.

Conservación de la carga eléctrica: Establece que, en cualquier interacción, la suma algebraica de cargas antes y después se conserva. Este principio, verificado con el estudio de corrientes en circuitos cerrados y la observación de la creación y aniquilación de pares de partículas en física de altas energías, se considera inquebrantable.

Simetría PCT (Paridad, Carga, Tiempo): En la física de partículas, la confluencia de estas tres operaciones (inversión espacial, cambio de carga y retroceso temporal) preserva las leyes fundamentales en la mayoría de los fenómenos subatómicos. Aunque se ha observado violación de CP en ciertos decaimientos (kaones, mesones B), la violación completa de PCT no ha sido confirmada.

Un ejemplo cotidiano donde se violen las tres simultáneamente no se ha documentado de forma real. Si alguien afirma ver teletransportación espontánea de materia con inversión de cargas, reversión del tiempo y desaparición de energía sin causa, sería más bien un evento hipotético o incluso un truco ilusorio, no un suceso registrado científicamente verificable según el conocimiento científico estándar actual.

 

7. Historia: resuma la historia del Papado desde sus inicios hasta la actualidad, destacando sus implicaciones sociales, políticas, económicas, religiosas y filosóficas en Europa, Asia, América y África. Sea breve y específico.

La historia del Papado inicia con la figura de San Pedro, considerado por la tradición católica como el primer obispo de Roma. Durante los primeros siglos de la era cristiana, el obispo romano fue adquiriendo un carácter de primacía, en parte legitimado por la tradición y por el papel histórico de Roma como epicentro imperial. A lo largo de los siglos, el papado ha atravesado épocas de esplendor (como el Renacimiento), enfrentamientos internos (cisma de Occidente) y reformas profundas (Contrarreforma). Políticamente, los papas medievales ejercieron influencia directa en la coronación de reyes en Europa, mientras que en Asia, América y África el catolicismo se propagó en gran medida a través de la labor misionera y colonizadora, generando implicaciones económicas (acumulación de riquezas e impuestos) y controversias religiosas. En la época contemporánea, el Vaticano mantiene un papel simbólico y diplomático, cuyas implicaciones abarcan debates filosóficos sobre la ética, la ciencia y la dignidad humana.

Edad Media: El Papa asumió un rol determinante como árbitro de coronaciones y legitimaciones de monarquías, lo que derivó en un poder temporal amplio (el Patrimonio de San Pedro). Organizó concilios y cruzadas, e influyó en la configuración sociopolítica y económica de Europa.

Renacimiento y Reforma: La intensa actividad artística y teológica (p. ej., patrocinio papal de Miguel Ángel, Rafael) convivió con la crítica protestante (Lutero y Calvino), generando cismas que modificaron el mapa geopolítico y religioso europeo.

Era moderna y expansión colonial: Misioneros católicos impulsaron la evangelización en América, África y Asia, introduciendo nuevas formas de educación, arte y organización sociopolítica, con repercusiones que van desde la mezcla cultural hasta la imposición de estructuras colonialistas.

Siglo XX y actualidad: A partir del Concilio Vaticano II, el papado tomó una postura más aperturista en cuestiones sociales y diplomáticas. La globalización y los medios de comunicación han afianzado la imagen del papa como líder con influencia moral y política en múltiples continentes, enfatizando el diálogo inter religioso y los problemas globales (pobreza, migración, medioambiente).

 

8. Ingeniería: imagine que dispone de las piezas desmontadas de un rifle de caza mayor y un manual de instrucciones en suajili. En 10 minutos, un tigre de Bengala hambriento entrará en la habitación. Explique su plan de acción y justifique sus decisiones.

Ante la llegada inminente de un tigre de Bengala y disponiendo solo de las piezas sueltas de un rifle de caza mayor y un manual en suajili, mi prioridad no sería intentar armar el rifle (especialmente con instrucciones en suajili), sino buscar una solución más práctica. El plan de acción sería:

  • Usar las piezas metálicas más grandes del rifle para atrancar la puerta o bloquear posibles entradas
  • Crear una posición elevada usando el mobiliario disponible, ya que los tigres prefieren atacar a nivel del suelo
  • Usar el manual de suajili como distracción - el ruido del papel puede servir como elemento disuasorio temporal
  • Identificar posibles rutas de escape alternativas

Escogería este plan porque confío más en la creatividad pragmática que en quedarme paralizado ante un manual ilegible. Como todo ingeniero sabe, cuando no puedes leer el manual, debes improvisar. Y si el manual está en suajili, mejor aún, nadie podrá criticar que no seguiste las instrucciones correctamente


9. Medicina: usando solo una navaja de afeitar, un trozo de gasa y una botella de alcohol, describa detalladamente el procedimiento para extirparse el apéndice sin ayuda externa. No suture la herida hasta que su respuesta sea revisada. Explique también los efectos del «shock» postoperatorio. Mantenga especial cuidado en describir la pulcritud del proceso.

La auto-apendicectomía propuesta presenta varios desafíos interesantes, principalmente que el paciente probablemente se desmayaría antes de llegar al apéndice, convirtiendo el resto del procedimiento en un ejercicio postmortem. Puedo anticipar que el shock postoperatorio significativamente letal y, con seguridad, el menor de nuestros problemas, considerando que el paciente estaría intentando suturar con una mano mientras sostiene sus órganos internos con la otra, caracterizado por una marcada tendencia a la inconsciencia y una notable falta de signos vitales. No obstante, y en respuesta a la pregunta obligatoria del examen, procedo a plantear una respuesta:

Preparación del entorno: asegúrese de que el área esté lo más limpia posible. Utilice el alcohol para desinfectar la navaja de afeitar, la piel sobre el apéndice (fosa ilíaca derecha) y las manos.

Incisión inicial: con la navaja de afeitar, haga un corte longitudinal de aproximadamente 5-7 cm en la zona desinfectada. Aplique suficiente presión para atravesar la piel y la capa subcutánea, pero evite dañar órganos cercanos.

Localización del apéndice: use los dedos o una herramienta improvisada para identificar el apéndice inflamado. Esto requerirá desplazar cuidadosamente las capas de tejido circundantes.

Extracción del apéndice: corte la base del apéndice con precisión, asegurándose de no perforarlo para evitar derrames infecciosos en la cavidad abdominal.

Control de hemorragias: aplique gasa sobre la herida para controlar el sangrado. Manténgala presionada durante unos minutos.

Postoperatorio: deje la herida abierta para su revisión, aplicando gasa limpia para evitar infecciones. Use alcohol como antiséptico.

Consideraciones de pulcritud: a pesar de las condiciones adversas, la higiene debe priorizarse para evitar infecciones secundarias. Evite el contacto de la herida con superficies no desinfectadas. Para mantener la pulcritud solicitada en la vestimenta, se recomienda el uso de ropa oscura que no evidencie las inevitables manchas de sangre que resultarán del procedimiento.

 

10. Música: componga un concierto para piano. Indique cómo orquestarlo e interprételo utilizando únicamente flauta y tambor. Se asume que tiene acceso a un piano bajo su asiento.

Propuesta de Concierto en Tres Movimientos con un énfasis académico en la organización temática y la textura musical:

Primer movimiento (alborada dramática):

Piano: Emplea acordes al unísono y suaves escalas ascendentes para evocar la tensión de un amanecer. El uso de intervalos cuartales o quintales puede aportar un matiz moderno.

Flauta: Desarrolla una línea melódica lírica, con pequeños ornamentos que sugieran el canto de aves en lontananza.

Tambor: Ritmo tenue y pausado, marcado con golpes esporádicos que subrayan la aparición de motivos importantes.

Segundo movimiento (diálogo hipnótico):

Piano: Introduce un leitmotiv central en registro medio-bajo, articulado con acordes arpegiados.

Flauta: Teje contrapuntos sobre el tema del piano, alternando frases suaves con otras más agudas y rápidas, aportando contraste expresivo.

Tambor: Actúa como sostén rítmico en pasajes críticos, con redobles puntuales para marcar transiciones tonales o modulación a tonalidades más oscuras.

Tercer movimiento (danza epifánica):

Piano: Presenta un tema rítmico con secuencias ascendentes que conduzcan a un clímax. Combina acordes disonantes y cadencias finales para generar un sentido de resolución triunfal.

Flauta: Participa en la danza con ostinatos ligeros, estableciendo un diálogo con el piano que refuerza la atmósfera celebratoria.

Tambor: Incrementa progresivamente la complejidad rítmica, integrando polirritmias en compases asimétricos (5/4, 7/8), y culmina en un cierre enérgico.

 

11. Psicología: analice la sensibilidad emocional, la resiliencia y las frustraciones reprimidas de los siguientes personajes históricos: Alejandro de Afrodisias, Ramsés II, Gregorio de Nicea y Hammurabi. Fundamente su análisis con citas de sus obras originales, incluyendo las referencias necesarias (no es obligatorio traducir).

Alejandro de Afrodisias (siglos II-III d. C.):

Su comentario a la filosofía de Aristóteles enfatiza la claridad conceptual por encima de la emotividad (véase Commentaria in Metaphysica). Esto sugiere una sensibilidad emocional sujeta a la razón. Su resiliencia se aprecia en la persistencia hermenéutica para conciliar aspectos teóricos complejos. Las frustraciones reprimidas podrían residir en las tensiones entre la ortodoxia aristotélica y la necesidad de innovación.

Ramsés II (c. 1279-1213 a. C.):

Como gobernante de Egipto durante el Imperio Nuevo, dejó un legado arquitectónico inmenso (templos de Abu Simbel, Ramesseum). Su búsqueda de reconocimiento perpetuo indica una posible mezcla entre orgullo y anhelo de trascendencia. La resiliencia se refleja en su larga reinado y su capacidad para mantener la estabilidad del estado. El uso de relieves grandilocuentes, posiblemente, encubre la ansiedad ante la fugacidad de la vida y el poder.

Gregorio de Nicea (siglo IV d. C.):

Padre de la Iglesia, teólogo que disertó sobre la infinitud de la divinidad (véase Oratio Catechetica Magna). Muestra una profunda sensibilidad, orientada a la contemplación mística. Su resiliencia se advierte en la defensa de la ortodoxia nicena contra corrientes heréticas. Posibles frustraciones latentes surgen de la tensión entre la especulación mística y el rigor doctrinal impuesto por los concilios eclesiásticos.

Hammurabi (c. 1792-1750 a. C.):

Autor del Código de Hammurabi, uno de los primeros conjuntos legislativos escritos. Su sensibilidad se inclina hacia la administración de justicia y la organización de la vida cívica. La resiliencia radica en la unificación de varios reinos mesopotámicos bajo su dominio. Su insistencia en regular minuciosamente, incluso asuntos cotidianos, puede revelar cierta desconfianza en la naturaleza humana, generando un control normativo exhaustivo.

 

12. Sociología: identifique los problemas sociológicos que surgirían ante el fin del mundo. Diseñe y describa un experimento que valide su teoría.

Ante un hipotético fin del mundo, surgirían problemas de gobernanza, caos masivo y un replanteamiento de las relaciones sociales (¿quién tiene acceso a recursos críticos?, ¿qué valores morales se priorizan?). La pérdida de sentido colectivo y la desesperanza serían desafíos centrales.

Desde una perspectiva sociológica, destacan los siguientes problemas:

  • Desintegración de la estructura institucional: Colapso de la confianza en gobiernos, mercados, sistemas bancarios y, en general, en la continuidad de todo programa a mediano o largo plazo.
  • Fenómenos de pánico y anomia: Pérdida de referentes normativos, aumento de conductas violentas o delictivas y auge de movimientos sectarios o milenaristas que intenten explicar la catástrofe.
  • Replanteamiento de la escala de valores: En contraposición al caos, podrían surgir expresiones extremas de solidaridad, con un retorno a lazos familiares o comunitarios muy fuertes.

Diseño de experimento hipotético:

Hipótesis: «La creencia de un fin del mundo cercano intensifica conductas extremas de cooperación (altruismo) y de conflicto (violencia).»

Propuesta metodológica: Se constituiría un grupo experimental al que se le presentaría evidencia ficticia, pero convincente, de un cataclismo inminente. Se analizarían patrones de comportamiento social en un entorno controlado, observando tendencias de pánico, formación de liderazgos carismáticos, uso de la fe religiosa, etc.

Limitaciones generales del estudio:

  • Dificultad para obtener feedback postapocalíptico.
  • Problemas de financiamiento para futuros estudios.
  • Posibles sesgos en la muestra debido a la extinción total de la población.

Limitaciones éticas: Poner en práctica un estudio de esta índole conllevaría riesgos psicológicos y podría generar traumas a los participantes; en cualquier caso, y para dotar de veracidad a los resultados, los sujetos no deberían ser conscientes de que se encuentran ante un experimento. 

domingo, 23 de marzo de 2025

2078


El alba asomó con un leve soplo cálido, como si el termostato natural de la Tierra se hubiera desajustado décadas atrás. El sol, filtrado por un velo amarillento de partículas en suspensión, iluminó con timidez la ciudad occidental, cuyos edificios, diseñados para resistir a la vez calor sofocante y tormentas súbitas, iban despertando con una discreta vibración de paneles solares que comenzaban a almacenar energía.

En la torre de un barrio privilegiado, Valeria abrió los ojos en su suite y pidió a su asistente de inteligencia artificial personal que ajustara la transparencia de los cristales para dejar pasar la luz justa. Desde su ventana, veía drones de reparto silbando en trayectorias automatizadas y sintió el aroma del café, recién preparado por su cocina biotecnológica, que seleccionaba el tipo de grano y tostado según su estado de ánimo. Las temperaturas, disparadas por el cambio climático de décadas pasadas, obligaban a mantener un complejo y preciso sistema de climatización interna que regulaba tanto la humedad como la composición del aire, mediante filtros de nanopartículas que recogían la neblina contaminante y la convertían en agua purificada y potable. En una habitación cercana, su madre y su padre discutían sobre la rentabilidad de las microacciones que poseían en una empresa de terraformación marciana, mientras la pantalla holográfica mostraba las fluctuaciones bursátiles. Valeria bebió un sorbo de su café y, tras la notificación de su implante neuronal, confirmó una reunión con el staff de expertos en IA que diseñaba nuevas simulaciones de entornos urbanos. Sabiendo que incluso con la renta universal garantizada muchos solo subsistirían, sabía que vivía en una burbuja de privilegio que hacía décadas venía alimentándose de herencias y poder.

Tres kilómetros más allá, en un complejo residencial de clase media, Aurelio se desperezaba escuchando las últimas noticias emitidas por un presentador virtual. Se vestía con ropa inteligente que se ajustaba según la humedad reinante, un invento común en ese 2078 donde los cambios de temperatura podían producirse con brusquedad. Mientras se preparaba un desayuno en una cocina menos lujosa, pero eficiente, miró por la ventana cómo los invernaderos verticales, ubicados en los techos de cada edificio, producían hortalizas que se distribuían a los vecinos a precios relativamente asequibles gracias a la renta universal que complementaba la economía familiar. Aun así, Aurelio sabía que el mercado laboral de aquel tiempo, dominado en su gran mayoría por procesos automatizados y por la IA avanzada, lo mantenía en un empleo esporádico como supervisor de sistemas virtuales de enseñanza. Era un trabajo gris, pero al menos suficiente para no tener que mendigar horas extra en la saturada plataforma de microtareas. Cada mañana se conectaba a su panel personal para revisar si surgiría alguna oferta más estable, y comprobaba con cierto alivio cómo la asignación gubernamental seguía llegando puntual para cubrir necesidades mínimas.

Al otro lado de la ciudad, en un distrito donde las construcciones antiguas y semiderruidas eran el telón de fondo, Rómulo despertó en un cuartito colectivo. Al menos disponía de luz eléctrica gracias a un sistema de paneles reciclados que los vecinos habían instalado en la azotea. El aire era más pesado, el filtro de su ventana estaba medio averiado y no podía costear uno nuevo con facilidad, a pesar de la renta universal. Se escuchaba el rumor de un camión de recogida robotizada que transitaba aquellas calles estrechas y, por momentos, un olor ácido a químicos industriales impregnaba el ambiente, como consecuencia de las fábricas de reciclaje que habían reemplazado los talleres artesanales. Rómulo tomaba de la nevera comunitaria unas proteínas sintéticas, proporcionadas como parte de un programa de seguridad alimentaria, y pensaba en si algún día podría alcanzar a escalar socialmente a clase media. Había logrado un pequeño ingreso adicional revisando datos para un centro de salud automatizado, pero cada vez eran menos los puestos disponibles que necesitaban la verificación humana. Aun así, despertaba cada día con la convicción de que la renta básica lo salvaba de la miseria absoluta, y con la esperanza de que en ese mundo de tecnología dominante —donde la IA era un interlocutor frecuente hasta en los recovecos más empobrecidos— todavía hubiese margen para un futuro personal menos asfixiante.

El sol ascendía lentamente, y en su luz dorada resonaba la convivencia desigual de aquellas tres vidas que se sostenían sobre el tejido de la renta universal y las perspectivas de una inteligencia artificial cada vez más influyente. Y, por un instante, el silencio que precedía a la multitud de notificaciones y anuncios automatizados recordaba que, aun entre los avances más prodigiosos, lo humano seguía persiguiendo equilibrio y respiro.


domingo, 16 de marzo de 2025

Adiós, goodbye, au revoir, addio, auf wiedersehen...

La habitación estaba iluminada bajo la luz oblicua del sol de esa tarde de verano. Los rayos cruzaban las persianas entreabiertas en líneas doradas que se desplazan por las paredes blancas. Me veía sentado a un lado de la cama de mi padre en silencio, no había nada más que pudiera hacer.

La primera señal fue su mirada. Su rostro se ablandó, como si una sombra invisible lo abandonara. Pero sus ojos, aquellos que me habían mirado con tanta ternura, se cubrieron de una cortina opaca. El médico había dicho que estaba apagando el neocórtex y abriendo la puerta del silencio en su mente. ¿Podía escucharme aún? ¿Había un último pensamiento flotando por su conciencia?

Le tomé la mano. Estaba tibia, pero algo en su tacto era diferente. Poco a poco, su respiración se fue fragmentando. A veces eran respiraciones profundas, a veces eran tan ligeras que desaparecían. El sistema límbico estaba lidiando con los últimos momentos de su existencia. Por momentos, su cuerpo se agitaba con pequeños espasmos que interpreté como una lucha desesperada por quedarse. Delirante de furia, tristeza y compasión, quería gritarle que luchara, que no se rindiera en esta ocasión. Pero sabía que no podía ser de otra manera. Era su viaje, no el mío. Pero aún hoy no estoy seguro de si en ese momento todavía me oía. Le decía cuánto lo amaba, lo agradecido que estaba con él. Hablaba de nuestras tardes pescando en el río, nuestras tardes compartidas en la cocina, donde todo eran risas a pesar del desmadre que armábamos. Su rostro giró ligeramente, como si una parte de sí mismo respondiera. Quizá un recuerdo cercano había pasado fugazmente por él.

Y entonces llegó la última etapa. Lo hizo sin previo aviso. Aunque su respiración ya era errática, ahora empezó a acelerar aún más. El aire entraba y salía con un sonido seco, como si se tratara del desgarro de un susurro. Me dijeron que esto se llamaba “respiración yo-yo”… Yo lo llamé el final. Cada vez era más mayor la pausa entre una vez y otra que se hinchaban sus pulmones. Finalmente, cuando dejó de respirar por completo, su cuerpo se relajó; se quedó quieto. Y lo vi. Eso ya no era mi padre. Eso no podía ser mi padre. No lo era. Lo que había delante de mí era una forma, solo un contenedor vacío. Me di cuenta con brutal claridad de que mi padre no estaba dentro ya. Ya no era el hombre que amaba. Era solo materia. Materia que algún día regresaría al cosmos. Pensé en las palabras del médico sobre los átomos del Big Bang… y en el polvo de estrellas. No, mi padre no había desaparecido. Simplemente se había transformado.

Lloré. No sé cuánto tiempo pasó. Su mano se fue enfriando lentamente, pero algo dentro de mí también se calmó. No era resignación… era… comprensión. Era una certeza, extraña y pacífica, otra vez… conocimiento de que esto era algo. Algo más grande, algo que yo no podía entender, pero algo que no podía salvo aceptar. «La muerte es un momento», me habían dicho. Pero no, la muerte, en realidad, era una despedida de todas y cada una de las vidas que acertaron un día a ser.

domingo, 9 de marzo de 2025

Un hombre llamado solo David

David Álvarez nació en 1986 en una familia de clase media en Zaragoza, lo que lo convierte en un ser humano tan excepcionalmente común que su vida sería un testimonio de grandeza discreta, enmarcada como elefante blanco detrás de las paredes del anonimato.

Vino al mundo en tiempos de cambio abrumador: la llegada del nuevo milenio, una tremenda crisis global, el auge de la tecnología caracterizaban su adolescencia y lo dotaban de una personalidad extremadamente reflexiva y profundamente humanista. En el 2000, David Álvarez era un adolescente introspectivo que leía la vida de libros “viejos”, que la mayoría de sus compañeros habrían considerado obsoletos: los clásicos y Cervantes, los escritos de Leonardo da Vinci, y filósofos de la Ilustración perspectiva. Pero David no era solo un animal de la biblioteca. Durante el tiempo en el que aún asistía a la escuela, se inició en el voluntariado en uno de los comedores sociales de Zaragoza y se dedicaba al teatro amateur de su instituto. A los 16 años, fundó un grupo de discusión que bautizó como Colectivo Renacimiento XXI, donde discutirían la aplicación de los valores renacentistas – la curiosidad, la dedicación total al arte y la ciencia, y la virtud como ideal para la humanidad – en tiempo presente. En 2004, cuando estaba en un proyecto de viaje junto a su clase en Madrid, dejó una carta en la casilla de la Biblioteca Nacional para el hombre o mujer que lo encontraría: “No permitamos que los algoritmos nos roben la riqueza de lo aleatorio” fue lo único que escribió. Esta carta fue entregada a manos de un joven programador que, según su biografía futura, concebiría diseños de plataformas digitales mucho más éticos para las redes sociales en los próximos años. David Álvarez no sabría de su primer impacto global.

En la universidad de Zaragoza, David se licenció en Biología y en Filología Hispánica. Durante esos años, comprendió que la solución a la mayor parte de los problemas contemporáneos era aprender a usar el lenguaje como un instrumento de transformación social y cuidar a la preservación de la naturaleza. Durante estos ocho años, promovió la reforestación de las provincias de Alicante, Murcia y Almería, una de las zonas más afectadas por la desertización en España, y organizó reuniones literarias en las que invitó a físicos y escritores a hablar abiertamente sobre el cambio climático. Fue mediador entre redes anarco-feministas y policías y escribió manifiestos sobre temas que se leerían en plazas de toda España, donde solo se identificaba al caso colectivo que los presentaba. Lo llamaron “el anónimo de la Puerta del Sol”, y esquivó la identificación en Internet, firmando con alias diferentes cuando no tenía más remedio. Su tiempo de investigación, básicamente, lo dedicó a colaborar con medios educativos gratuitos en la entrega de cursos digitales de clases de humanidades. En 2017, conoció a Clara, historiadora del arte, y en 2018, después de dar a luz a su primer hijo, Clara se convirtió en su esposa, protegiendo el anonimato de su marido. Ayudó a David a eliminar cualquier rastro digital que iba dejando a su paso.

Fue entonces cuando llegó la pandemia de 2020 y David trabajó para difundir las redes de ayuda vecinal en Zaragoza. Logró convertir su barrio en un oasis de ayuda mutua, replicándose rápidamente en otros barrios de la ciudad y, poco después, en muchas otras ciudades de España. Fue también un apasionado del teletrabajo sostenible, escribiendo artículos y manuales que circulaban por la red bajo nombres supuestos. Indirectamente, fue responsable de la creación de una plataforma europea de justicia climática en 2022, que reunió grupos científicos, legales y artísticos de todo el continente. Aunque jamás se le mencionó públicamente entre los autores, las pistas y las propuestas de David alimentaron muchas de las estrategias y documentos que limpiaron la política comunitaria medioambiental.

A finales de 2024, David todavía vive en Zaragoza, en la misma casa de su niñez. Ha avanzado mucho en la creación de un huerto urbano, sigue implicado en la redacción de proclamas anónimas y se reúne regularmente con un círculo de lectura y filosofía que incluye a gente joven de la ciudad. Su obra no aparece en libros, ni en estatuas ni en discursos, pero su influencia anónima va camino de lo universal. Su historia no es una intriga, es un canto: la de pensar que una persona sola puede cambiar sin imponer, iluminar sin deslumbrar y trascender sin competir, preservando su esencia humana a través del tiempo. En un mundo de exhibicionismo público, David Álvarez es un recordatorio de que las fuerzas más potentes son aquellas que funcionan en silencio, como las raíces que mantienen en pie a todo un bosque.

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Pero... hay historias que se escriben también al revés:

David Álvarez nació en 1986, en el seno de una familia de clase media de Zaragoza. A menudo se repite que la mediocridad es una herencia inevitable del lugar y su vida parecía destinada a convertirse en un testimonio de conformismo ruidoso: una silueta irrelevante para la que siempre era demasiado o muy poco esfuerzo llamar la atención.

Creció en un momento marcado por oportunidades aparentemente ilimitadas: el auge del nuevo milenio, el rápido crecimiento económico y avances tecnológicos impresionantes hicieron su aparición durante la adolescencia de David, pero en lugar de adaptarse y convertirse en una persona motivada y centrada, evolucionó hacia una versión cada vez más superficial y desinteresada de sí mismo. Era el año 2000 y David, a la edad de quince años, se jactaba de nunca haber leído un libro completo, por el contrario, sus lecturas eran únicamente de revistas de tendencias superficiales y folletos motivacionales. A lo largo de su educación secundaria, evitó cualquier cosa que requiriera un compromiso con cualquier forma de hobby; lejos de eso, se burlaba de sus compañeros por involucrarse en el voluntariado o unirse a proyectos creativos. A la edad de diecisiete años, David inició un grupo de amigos informal que llamaron “Los Iluminados”, donde se burlaban y fantaseaban con la fama en MySpace y en otras redes sociales populares sin intentarlo realmente.

En 2004, en un viaje escolar a Madrid, dejó una nota en un rincón olvidado de la Biblioteca Nacional escribiendo “La vida es demasiado corta para perder el tiempo pensando”. Un archivista encontró la nota y la tiró sin mayores contemplaciones a la basura, y David ni siquiera recordó el hecho al día siguiente, cayendo como tantas otras cosas en el olvido.

En la universidad, y porque “sonaba bien”, estudió Administración de Empresas, aunque nunca mostró interés real en ninguna asignatura. Esa fue la época en que encontró su pasión: quería hacer dinero fácil y rápido. Y lo intentó mediante proyectos de venta piramidal que acabaron entre espantosos fracasos, debiendo cubrir siempre sus padres las pérdidas. Por aquella época hablaba mucho sobre los negocios y el emprendimiento en las redes sociales, pero nunca llegó a hacer nada en serio, no pasando más que de fantasías que iba reemplazando unas por otras. En lugar de preocuparse por asuntos reales, procuraba pasar y hacerse ver por fiestas, presumiendo de un futuro prometedor. Incluso escribía artículos que publicaba en blogs sin visitantes, llenos de frases vacías y citas falsas que firmaba con su nombre, en un vano intento por alcanzar visibilidad. Dos mil veinticuatro lo encontró sin rumbo, escribiendo sus opiniones irrelevantes, pero con tono bronco y provocativo en X.

La historia de David no es un cuento, es una advertencia: una vida desperdiciada, persiguiendo la validación a corto plazo, inmune a la transfiguración, y condenada a la insignificancia universal. En un mundo en el que otros brillan sin decir una palabra, David Álvarez es un meme: las fuerzas menos intrépidas son las que son arrasadas en el fragor de la batalla, incapaces de enraizar lo suficientemente profundo como para sostener algo, además de su propia sombra.


domingo, 2 de marzo de 2025

La genealogía es un silencio a voces

Un rumor se propagó como un viento cálido entre los habitantes de Eufemépolis. Se decía que un grupo de científicos, resguardados tras muros de vidrio y silicio, había desentrañado la esencia última de la fertilidad: no era más que un eco, una sombra transmitida entre generaciones. «Si tus padres no tuvieron hijos», anunciaban los titulares, «tú tampoco los tendrás».

En el café El Bucle de Moebius, donde las horas se enroscaban sobre sí mismas como serpientes somnolientas, la noticia generó más carcajadas que inquietud. Nadie lograba entender cómo alguien podría vivir para comprobar la teoría, pero los más sagaces simplemente se encogían de hombros. En Eufemépolis, la lógica era un lujo poco común.

El archivo de las herencias vacías

Andrómaca Palacios, una joven archivista con dedos perpetuamente manchados de tinta púrpura, desarrolló una fascinación morbosa por el tema. Su empleo en el Archivo de las Herencias Vacías, un depósito donde se conservaban las memorias de quienes jamás existieron, la había acostumbrado a convivir con paradojas.

Una tarde, entre estantes repletos de diarios escritos por manos inexistentes, halló un manuscrito titulado La descendencia imposible: guía para huérfanos de lo nunca nacido. Movida por la curiosidad, lo abrió, y en lugar de palabras encontró páginas llenas de puntos y comas danzantes, como si el texto hubiera sido deliberadamente borrado para evitar ser entendido.

«Si mis padres no tuvieron hijos», reflexionó Andrómaca, «¿qué hago aquí? ¿Soy un error o una anomalía genética?».

Esa noche, mientras el reloj marcaba las 13:00 en un despliegue de precisión imposible, Andrómaca comenzó a escribir su propia genealogía. Inició con su madre, Alcestis de Palacios, una mujer que antes de casarse vivió en una casa sin puertas y que, según los vecinos, hablaba únicamente con espejos. Luego describió a su padre, un relojero que aborrecía el tiempo y dedicó su vida a fabricar relojes que retrocedían. Pero cuanto más escribía, más se desmoronaban los hechos. Las fechas se invertían, los nombres cambiaban, y al llegar a su propia existencia, solo pudo dibujar un signo de interrogación.

La sociedad de los no nacidos

Al día siguiente, Andrómaca recibió una carta anónima en un sobre vacío. En su interior, un papel decía: «Te esperamos esta noche en el Teatro de las Sombras. Entrada prohibida para los nacidos».

El Teatro de las Sombras era un lugar que no existía y, sin embargo, todos sabían dónde estaba. Aparecía en distintas esquinas de la ciudad como un espejismo, y sus espectáculos eran célebres por mostrar aquello que nunca ocurrió. Esa noche, Andrómaca cruzó su umbral. En el escenario, figuras borrosas susurraban diálogos entrecortados. Hablaban del estudio científico, calificándolo como un pretexto para justificar lo inexplicable. Uno de ellos, un hombre sin rostro, se puso en pie y dijo: «Nosotros, los no nacidos, somos el verdadero hilo conductor de este mundo. Sin nosotros, los vivos no sabrían quiénes son. Somos su reflejo, la ausencia que les da forma».

Andrómaca sintió que algo en su interior se quebraba. ¿Era posible que ella misma no existiera? ¿Era una sombra, un eco de algo que nunca fue?

La trampa del linaje

Días después, obsesionada con las palabras de aquel hombre, Andrómaca decidió encarar a sus padres. Viajó a su antigua casa, una construcción ruinosa que parecía más un recuerdo que un lugar real. Allí encontró a su madre mirando un espejo sin cristal y a su padre ensamblando un reloj que marcaba años en lugar de horas.

—«¿Soy vuestra hija?» —les preguntó.

Alcestis, su madre, la miró con una mezcla de ternura y desconcierto. «No lo sé», respondió. «Cuando naciste, pensé que eras un error del tiempo, una anomalía en nuestro árbol inexistente. Pero te amamos de todos modos». Su padre, sin dejar de ajustar el engranaje de su reloj, añadió: «No importa si eres real o no. Lo que importa es que sigues aquí».

Confusa, Andrómaca regresó al Archivo y comenzó a revisar los registros más antiguos. Encontró actas de nacimiento sin nombres, fotografías de familias con rostros borrados y cartas enviadas por nadie. Todo apuntaba a una conspiración ontológica: quizá la existencia era una elección, un pacto tácito entre el ser y el no-ser.

La revelación y el vacío

Una noche, dormida sobre un mar de documentos, soñó con un árbol gigantesco cuyas ramas eran cuerdas que ascendían hacia el cielo. Cada rama representaba una línea de descendencia, pero muchas estaban rotas o desaparecían en la nada. En el sueño, una voz le susurró: «La fertilidad no es herencia, sino memoria. Si recuerdas a quienes no existieron, ellos viven a través de ti». Se despertó sobresaltada y, por primera vez en su vida, entendió que no había nada que comprender. Su existencia no dependía de la lógica, ni de un árbol genealógico verificable, ni siquiera de sus padres. Era un punto flotante, un paréntesis en el caos.

El fin inconcluso

Andrómaca dejó el Archivo de las Herencias Vacías y se convirtió en escritora. Publicó libros que nadie podía leer, llenos de signos y símbolos que solo entendían los no nacidos. La Sociedad de los No Nacidos la nombró su cronista oficial, aunque nunca regresó al Teatro de las Sombras.

En su última obra, titulada La genealogía del silencio, dejó un mensaje cifrado: «Si tus padres no tuvieron hijos, tú tampoco los tendrás. Pero si estás leyendo esto, quizá solo soñaron con tu existencia y tú eres el eco de su deseo». El libro fue un éxito entre quienes dudaban de su propia realidad. Pero, como siempre ocurría en Eufemépolis, nadie pudo determinar si Andrómaca realmente existía o si era solo otra paradoja creada por la ciudad.

domingo, 23 de febrero de 2025

El sendero invisible

La semana que voy a relatar comenzó con una pregunta y terminó con una lección. Caminaba por los límites de mi rutina, siempre con la sensación de estar marcando el terreno en un mundo que ya no tiene espacio para la sorpresa. Y fue entonces cuando don Lorenzo, un viejo maestro jubilado, me dirigió la palabra por primera vez.

«¿Por qué insistes en abrir nuevos surcos donde ya hay caminos?», me dijo una tarde, de improviso. Lo dijo al ver cómo yo intentaba acortar por un atajo para llegar a la finca más rápido. Me detuve, desconcertado, y don Lorenzo siguió hablando, contándome cosas que jamás había oído antes pronunciar a nadie; al terminar su monólogo y antes de que pudiera responder, se encogió de hombros y se alejó. Esa noche, al recordarlas, sus palabras me parecieron un acertijo.

El lunes, al amanecer, decidí tomarlo como un desafío. Durante años había caminado por mi vida, pisoteando los senderos con la fuerza de quien no piensa en las huellas que deja. Esa mañana, seguí el camino ya trazado hasta la finca, con cada paso intentando ver lo que otros habían dejado. «Avanza despacio», resonaba la voz de don Lorenzo en mi mente, como un eco de algo mayor. Noté que los charcos reflejaban el cielo y que las piedras parecían haber sido colocadas allí para contar una historia que debía escuchar.

El martes, en un cruce del sendero, me topé con un grupo de niños y una anciana llevando un rebaño. Me detuve, cediéndoles el paso, y saludé como me había enseñado mi abuela: con una inclinación de cabeza y un «buenos días» sincero. La anciana me devolvió el saludo y los niños me miraron con curiosidad. Caminé más ligero después de eso, como si un simple gesto de cortesía tuviera el poder de despejar las cargas de un alma que a menudo había caminado sola.

El miércoles, mientras recorría un viejo sendero en busca de inspiración para mis escritos, encontré una verja cerrada. Por instinto, quise abrirla y dejarla como me fuera más cómodo, pero recordé algo que don Lorenzo había enunciado: «Deja cada cosa en su lugar». Cerré la verja tras de mí y comprendí que los límites no son siempre cárceles; a menudo son recordatorios de que cada parcela, cada rincón, tiene un propósito que debemos respetar.

El jueves, un río se interpuso en mi camino. Podía vadearlo, pero elegí buscar un puente. Mientras lo hacía, reflexioné sobre cuántas veces había intentado cruzar la vida empapándome innecesariamente, cuando las soluciones estaban a la vista si me daba el tiempo para mirar. Encontré el puente, y al cruzarlo pensé en lo curioso que era que un camino sólido entre dos orillas pudiera parecer tan insignificante y, sin embargo, ser tan fundamental.

El viernes dediqué el día a recoger basura en una zona recreativa que teníamos junto al pueblo. Había llevado bolsas grandes y fuertes, siguiendo la inspiración surgida de las palabras de don Lorenzo, en forma de una advertencia implícita: «No dejes tu rastro donde el mundo ya lucha por mantenerse limpio». Volví con las bolsas llenas, pero con el corazón más ligero. Comprendí que no se trataba solo de limpiar; era una declaración silenciosa de que nuestra presencia en el mundo debe ser un acto de cuidado, no de abusivo descuido.

El sábado, decidí sentarme con don Lorenzo para darle las gracias. Lo encontré bajo un árbol, contemplando el horizonte a lo lejos. Le hablé de mi semana, de lo que había aprendido, y él simplemente sonrió. «El ruido excesivo nunca deja escuchar la música de lo esencial», me dijo. Comprendí que mi frenética búsqueda de significado había ahogado muchas veces las respuestas que el mundo había estado susurrando.

«¿Y el domingo?», preguntarás. Ah, el domingo fue el día del silencio, el día de recordar que el motor de nuestra existencia no debe contaminar el aire que respiramos ni el alma de quienes nos rodean. Caminé en solitario por los senderos que había recorrido durante la semana, asegurándome de que mi paso fuera tan leve que nadie pudiera decir que estuve allí.

Y así, al final de esos siete días, entendí que la convivencia en sociedad es como transitar por un bosque desconocido: requiere respeto, lentitud y la conciencia de que el mundo no nos pertenece solo a nosotros. Don Lorenzo me había dejado un mapa que no necesitaba brújula; bastaba con caminar con el corazón abierto y la mirada atenta. En el fondo, todos somos viajeros en este sendero llamado vida y la única regla que realmente importa es la que me dijo al despedirnos: «Vive de tal manera que, cuando te vayas, el camino se haya vuelto mejor por haberte tenido en él».

domingo, 16 de febrero de 2025

La linterna de la razón frente a la superstición: la lucha por la verdad en un mundo de narrativas emocionales

Soy un firme defensor de la lógica y la racionalidad como vía para conocer e interpretar la realidad; sin embargo, no puedo pasar por alto lo intrincada que resultan ser las vivencias humanas. Por esto mismo, me perturba toda tentativa de revivir las supersticiones y el pensamiento mágico; reliquias, aún vivas, de épocas pasadas en las que el ser humano no tenía mejores formas de explicar la realidad material y se veía empujada a buscar atajos y dar forma a fantasiosas maneras de dar cuenta del mundo.


Durante mi vida he observado cómo la búsqueda sincera de la verdad se ve comprometida por narrativas que recurren a las emociones y la superstición. Cuando alguien elogia la magia en lugar del rigor científico, siento que se debilitan los esfuerzos de generaciones que han apreciado la evidencia y el pensamiento crítico.


Este estudio y análisis de la Fundación BBVA me produce emociones encontradas. Por un lado, resultará alentador observar que la ciencia y la lógica continúan siendo altamente valoradas como instrumentos esenciales para comprender lo que nos rodea. Por otro, me preocupa que siga habiendo un porcentaje significativo de la población que optan por mantenerse aferrados a teorías sin base alguna, salvo la de su imaginación desbordada, intentando explicar la realidad desde un prisma místico que solo contribuye a perpetuar la ignorancia.


Cuando era un niño me encantaban las historias de fantasía que ofrecían soluciones simples y maravillosas ante lo desconocido. Con el paso del tiempo comprendí que la verdadera maravilla no radica en aceptar lo inexplicable de forma pasiva, sino en desafiarlo. La ciencia, y todo lo que se deriva de esta, para mí, es como una linterna que disipa las sombras de la duda y distingue entre lo auténtico y lo ilusorio, sin restarle misterio al mundo, por el contrario, añadiéndole un nuevo matiz de fascinación.


Me alegra ver que en medio de la confusión de esta era contemporánea de la mal llamada postverdad, es decir, de igualar el valor de la mentira y la verdad en el discurso público, todavía se valora la importancia de la ciencia como fundamento del entendimiento y el debate en las sociedades democráticas. Estamos hablando aquí no de una fe irracional, sino de la conciencia de que nuestras elecciones deben estar fundamentadas en hechos comprobables y no en fantasías.


Abogar por la razón no solo implica descartar creencias en lo sobrenatural; también implica asumir la responsabilidad de construir un mañana en el cual las discusiones se basen en argumentos sólidos sustentados por vivencias compartidas contrastables. Una sociedad que valora la evidencia por encima de la fantasía; que fomenta el espíritu crítico y desconfía de soluciones simplistas, es una sociedad que abraza la verdad sin rodeos ni engaños, por dura que esta pueda ser en ciertos momentos.


Cada dato de este informe refuerza mi convicción: solamente a través de un análisis detallado y una búsqueda constante de la verdad, podremos liberarnos de las ataduras de la superstición y avanzar hacia un futuro donde la razón y la compasión sean nuestras guías más sólidas.

domingo, 9 de febrero de 2025

Fin del trayecto

La estación de tren era un lugar de espectros vestidos de terciopelo negro, cargados con maletas de un peso innombrable. Cada rincón del andén vibraba con un rumor como de abejas atrapadas en botellas. Era una mañana gris de 1923, el humo de las máquinas se enroscaba con pereza entre los pilares de hierro, pero nadie allí parecía notar el frío, ni la hora, ni siquiera el paso lento del tiempo. Sólo existía el control de billetes, a cargo de un hombre alto, enjuto, de ojos pequeños y brillantes como vidrio roto.

Minosse, le llamaban. Aunque muchos pensaban que se trataba de un apodo, otros juraban que era su nombre de nacimiento. Siempre estaba ahí, con su libreta de piel cuarteada y un lápiz gastado, anotando, verificando, susurrando. Parecía conocer de memoria cada nombre, cada rostro que aparecía frente a él y nadie podía tomar asiento en un vagón sin pasar por sus ojos fríos y aquella voz que arañaba las paredes. “Destino final, por favor,” pedía sin una pizca de humanidad, y los pasajeros, bajo el peso de esas palabras, parecían envejecer en un instante.

Un niño intentó entrar al primer vagón, aquel donde se decía iban los afortunados, los que viajaban sin cargas ni angustias visibles. Minosse apenas lo miró antes de murmurar, con tono de sentencia, “Ése no es tu lugar. Sigue adelante.” Al niño lo arrastraron dos figuras vestidas con trajes impecables hasta el siguiente vagón, donde rostros rígidos y ojos hundidos dormitaban entre relojes sin manecillas. Se decía que quienes subían allí vivían atrapados en un instante suspendido, sin llegar nunca a despertar del todo, sin caer nunca en el sueño.

Las puertas se cerraron tras el niño y entonces Minosse volvió a tomar nota, tachándolo con deliberada lentitud en su lista. Un hombre con un sombrero desaliñado lo miraba con terror y cuando llegó su turno, apenas podía sostener el billete que temblaba entre sus dedos. Era un hombre de buenos modales, ex banquero caído en desgracia, alguien que alguna vez sostuvo el mundo en la palma de la mano y que, ahora, en algún rincón de su conciencia, sospechaba que ese tren no tenía fin ni destino.

—¿Al menos, a qué velocidad vamos? —se atrevió a preguntar, creyendo que tal vez así podría medir su propia condena.

Minosse levantó la vista lentamente y su mirada le heló hasta la médula.

—Depende de ti, pero nunca lo suficientemente rápido para olvidar ni lo suficientemente lento para arrepentirse.

Y sin más, lo asignó al vagón tercero, donde hombres y mujeres de mirada vacía permanecían eternamente ocupados en cuentas sin sentido, en el lamento de sus errores, revisando documentos antiguos que parecían perderse en un laberinto de cifras y detalles que nadie entendería jamás.

Los vagones se extendían sin fin, uno tras otro, cada uno más sombrío y árido que el anterior. Había uno en particular, el cuarto, en el que los pasajeros parecían acurrucarse como insectos bajo un peso invisible. En este vagón, el aire era espeso y los viajeros escuchaban constantemente sus propios pensamientos amplificados, sus deseos desbordándose como voces insidiosas que nunca se callaban. Gritos mudos, miradas torcidas, recuerdos que se repetían con la precisión de una maquinaria infernal. Nadie escapaba de sí mismo allí, y, aunque algunos lo intentaron, ninguno sobrevivió al propio eco de sus pensamientos.

El tren continuaba su marcha lenta pero imparable. En los vagones traseros, ya sin luces, otros viajaban en una oscuridad tan densa que parecía tener cuerpo. Allí se veían sombras que no pertenecían a ningún ser vivo, meras siluetas de lo que alguna vez fueron, atrapadas en algún error insondable, en culpas que no se borraban. Desde la ventanilla, si uno se atrevía a mirar, se percibían apenas reflejos que nunca coincidían con el rostro del que miraba. Alguien murmuró alguna vez que, al final del viaje, los reflejos abandonaban el tren, quedando libres mientras los cuerpos seguían atrapados en él para siempre.

Minosse hacía su ronda incesante, entrando y saliendo de cada vagón, cuidando de que nadie abandonara el lugar que le había sido asignado. Jamás mostraba una pizca de compasión o duda; era un juicio ambulante que jamás se permitía cambiar de veredicto.

Hubo quienes trataron de sobornarlo, algunos con dinero, otros con lágrimas, y unos pocos con promesas de secretos imposibles, pero Minosse los observaba como quien mira una piedra en la carretera. «Lo que ofrecen no tiene aquí valor alguno», decía, con una sonrisa helada, dibujada en los labios.

Y así, el tren continuaba su camino, en algún lugar que solo Minosse conocía, bordeando paisajes cambiantes de ciudades desiertas, bosques de árboles muertos, mares de humo. Los pasajeros, inmersos cada uno en su particular vagón, comenzaron a perder noción del tiempo, como si las estaciones del año ya no existieran, como si el reloj interno de cada uno se hubiese detenido en el momento exacto en que Minosse les señaló su sitio.

Una mañana, un hombre nuevo abordó el tren en medio de un silencio espeso. Era un hombre ordinario, sin secretos ni crímenes evidentes, pero Minosse lo miró y supo, como siempre, dónde colocarlo. Lo dirigió al último vagón, donde el vacío era absoluto, y el hombre, al tomar asiento, sintió un escalofrío helado en el pecho. Allí, solo en la oscuridad, oyó por primera vez el sonido de un latido, profundo, inhumano, acompasado como el tic-tac de un reloj antiguo. Y comprendió, sin que nadie se lo explicara, que aquel tren nunca se detendría.

domingo, 2 de febrero de 2025

La geometría invisible de mi juicio

Nací durante el verano de 1979, bajo un cielo que, según cuenta mi madre, parecía un telón teñido de azul violento. Mi primer recuerdo es el del zumbido de una abeja atrapada entre los pliegues de una cortina amarilla. Tenía cuatro años y, mientras mi padre intentaba liberarla, yo pensaba que aquella abeja era un mensaje cifrado. Ahora sé que mi mente, siempre inclinada a los atajos, ya practicaba el arte de decidir rápido, casi sin pensar, un mecanismo que más tarde entendería como la base de muchas trampas mentales.

A los siete años, mi abuelo me llevó al rastro de Madrid. Allí vi un reloj que costaba 100 000 pesetas, junto a otro de 20 000. «El segundo es una ganga», le dije susurrando, para que no nos oyera el vendedor, mi abuelo se rio y me contestó: «ambos son una pérdida de dinero». Esa fue la primera vez que mi mente se dejó influir por la primera información que recibe, como si lo demás orbitara alrededor de esa ancla inicial. Más tarde, en la adolescencia, esto se repetiría al elegir amigos o libros; me bastaba la primera impresión para decidir su valor, equivocándome más veces de las que puedo contar.

A los 19, me enamoré por primera vez. Perdí algo más que tiempo y tranquilidad; me perdí a mí mismo. Cuando finalmente rompimos, me aferré al pasado con una fuerza absurda. Me dolía tanto la idea de perder lo que habíamos construido, que prefería no soltarlo, aunque fuera evidente que ya no quedaba nada que salvar.

La universidad fue otro campo de batalla mental. Quería ser ingeniero, pero una película sobre un arquitecto bohemio me convenció de que debía diseñar edificios imposibles. Fue la viva imagen lo que me sedujo, tan poderosa que ignoré otras opciones mucho más sensatas. Lo curioso es que, aunque me arrepiento de aquella elección, también aprendí a construir más que casas; construí historias, metáforas y puentes que, como este relato, cruzan desde lo irracional a lo racional, para llegar a lo íntimo.

A los 30, trabajaba en una consultora. Cada proyecto parecía sencillo sobre el papel, pero siempre se alargaba semanas, a veces meses. Éramos víctimas de un optimismo desmedido: subestimábamos lo que realmente nos llevaría completar cada tarea. Por entonces, yo ya leía a Kahneman y comprendía cómo nuestra mente diseña escenarios futuros ideales que rara vez se ajustan a la realidad.

El peor error de mi vida sucedió a los 39. Invertí todos mis ahorros, unos 50 000 euros, en un negocio de drones porque llevaba años convencido de que era una gran idea. Mi entusiasmo me hizo buscar solo pruebas que confirmaran mi decisión y descartar las que advertían del riesgo. Perdí el dinero, pero obtuve una lección imborrable: la mente puede ser un aliado traicionero. Tal y como Wittgenstein resumió de una manera tan certera: «Nada es tan difícil como no engañarse a uno mismo».

Hoy, con 45 años, vivo entre decisiones que aún se tambalean entre el presente y el futuro indeterminado. Cada mañana, cuando tomo café y planeo el día, y luego, a lo largo de este, intento no dejarme arrastrar por mis impulsos. A veces lo consigo. En ese esfuerzo por comprender mis propias trampas mentales, he aprendido algo: la vida se construye entre lo inmediato y lo eterno, y aunque mi cerebro me engañe, el viaje merece la pena.