domingo, 11 de mayo de 2025

Pureza mal

La pureza es una idea que pesa como una losa sobre la humanidad, pero desde que tengo uso de razón, me ha parecido una obsesión que roza lo patológico. Es como si, en nuestra búsqueda de sentido, nos empeñáramos en encontrar la perfección en conceptos tan abstractos como inútiles. Desde mi pequeño rincón del mundo, siempre he sentido que el mestizaje —de culturas, de ideas, de sangres, incluso de contradicciones— es la verdadera fuente de riqueza.

En los años 80 del pasado siglo, crecí en un pueblo donde las raíces se entrelazaban como una maraña de hiedra imposible de desenredar. Tuve como compañero de clase a un chaval de Guinea Ecuatorial, la abuela que me regalaba caramelos en la esquina tenía un acento gallego marcado, y los fines de semana en la plaza se escuchaban músicas de muchas partes del mundo. En ese caos ordenado, no había pureza, solo vida. Pero también he visto cómo, al calor de una crisis, esa misma plaza se llenaba de discursos que prometían devolvernos un orden perdido, una esencia que nunca existió. «Ellos son el problema», susurraban, como si el dedo que apunta al otro pudiera sanar nuestras propias miserias.

Lo irónico es que, mientras unos añoran las fronteras bien marcadas de un pasado idealizado, otros, desde trincheras opuestas, alzan estandartes de pureza moral que también asfixian. Yo he sentido el filo de ambos lados: cuando no fui “suficientemente de aquí” por mis raíces familiares, y cuando me juzgaron por no pronunciar correctamente las consignas del día. Es agotador vivir en un mundo donde las verdades absolutas se cruzan como espadas.

Por eso, cuando me siento perdido en este mar de ideologías puras, regreso al consejo que una vez me dio mi abuelo: «Sé como el río, no hay pureza en su agua, pero siempre encuentra su camino». Me aferro a esa imagen porque creo que ahí reside el secreto de nuestra convivencia: en la mezcla, en el movimiento, en la duda. Frente a los dogmas, frente a los totalitarismos camuflados de tradición o de progreso, prefiero el mestizaje, no como un refugio cómodo, sino como una apuesta radical por la complejidad de lo humano.







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