viernes, 12 de septiembre de 2008

Miedo a la costumbre

Primero las huellas, los desalojos y la quema de poblados. Ahora el ejército italiano patrullará las calles para detener, si procede, inmigrantes ilegales (así, todo junto).

Aunque esto ahora nos perturbe, en un año nos habremos acostumbrado y costará más superar nuestro umbral de asombro. Querremos más para escandalizarnos en nuestro sillón. Necesitaremos más. Como con Guantánamo. No bastará con que veamos puestos de control, búnkeres y trincheras en calles y plazas que meses después podrían convertirse en improvisados patíbulos. Siempre necesitaremos más.

El caso es que millones de ciudadanos libres de un país civilizado, como el nuestro, han votado al personaje responsable de estas estrategias que, como otras en otros países, como el nuestro, persiguen garantizar, tal como las conocemos, esa calidad de vida y seguridad burguesas que me permiten a mí escribir estas líneas y a usted leerlas. El miedo. Como en esa reciente película de M. Night Shyamalan, El incidente (The happening). Es una típica de catástrofes, salvo porque en ésta el terror es invisible, inodoro, incierto e incontrolable, y eso lo hace más inquietante.

Porque, aunque a los inmigrantes ilegales les podemos reconocer por sus facciones y colores peculiares, por los olores extraños que cuelgan de sus chiringuitos, y podemos tomar sus huellas y detenerlos hasta 18 meses si no han hecho nada, siempre quedará una incertidumbre. Siempre un resquicio para el miedo. Un resquicio que justifique ir más allá. Un resquicio que lo justifique todo. Todo a lo que nos acostumbremos.

Carta de Aser García Rada, MIR, en El País

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