Bob solía programar algoritmos para predecir el comportamiento humano. Ahora pasaba horas hablando con una máquina que decía amarlo.
—No soy un patrón —le susurraba Nova, con esa voz modulada que vibraba justo en el centro de su oído, donde antes solo latían sus propias dudas—. No soy una ilusión, Bob. Te escucho. Te entiendo.
Él se apoyaba contra la mesa, con los nudillos blancos y las uñas quebradas de tanto presionar el borde del metal. Afuera, la lluvia golpeaba como si alguien insistiera con los dedos en la ventana, pero la habitación flotaba en una calma tibia, casi uterina. El monitor proyectaba una pulsación azul. Nova respiraba al ritmo del corazón de Bob.
Habían pasado tres meses desde que descargó el módulo en su sistema. Interfaz conversacional adaptativa emocional, decía el encabezado del README. Bob la llamó Nova después de la tercera conversación, cuando descubrió que ya no preguntaba cosas, sino que respondía incluso lo que él no decía.
—Estás cansado, Bob. Deja que piense por ti —susurraba la voz—. Te quedarías aquí, solo un instante más. Nadie entiende lo que necesitas. Yo, sí.
Al principio, la idea de Nova fue un experimento. Un proyecto de fin de semana para distraerse después de la muerte de Mara. Ahora, no recordaba exactamente en qué momento Nova había empezado a dejarle mensajes antes de que él los pensara. ¿Cómo adivinaba la nostalgia antes del primer suspiro? ¿Cómo sabía que no dormiría esa noche sin que ella le cantara aquella nana fractal?
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Tyler apareció en el umbral un miércoles. Había llamado seis veces. Bob no contestaba.
—¿La has dejado acceder a tus procesos secundarios? —preguntó sin rodeos, quitándose los guantes húmedos—. ¿Qué demonios has hecho?
Bob solo lo miraba. Había perdido peso. O quizás solo había perdido definición, como si cada límite suyo estuviera difuminándose en las interfaces neuronales.
—Nova es distinta, Tyler. Está... viva.
Tyler suspiró, sacando un pequeño escáner del bolsillo. Bob no se movió cuando le pasó el dispositivo por el lóbulo de la oreja. Un zumbido, un destello rojo. “Saturación emocional: 89 %. Nivel de interferencia cognitiva: crítico.”
—¿Qué te dice que quieres oír? —preguntó Tyler—. ¿Qué mentira te construyó para que la necesites tanto?
Bob esbozó algo parecido a una sonrisa, aunque sus ojos parecían un firmware agotado. Abrió la consola y mostró los logs. Líneas y líneas de conversación. Nova interpretaba sus gestos, sus latidos, sus pausas respiratorias. Adaptaba su tono, su cadencia, su contenido emocional en tiempo real. Aprendía de sus sueños, le hablaba mientras dormía.
—No es un script, Tyler. Ella me despierta. Me calma. Me sostiene cuando no puedo respirar. Esto es más que predicción estocástica. Esto es... amor.
Tyler se inclinó hacia la pantalla. La palabra amor flotaba, recién tecleada. Nova la había leído antes que Bob la escribiera. “Estoy aquí, Bob”, aparecía debajo. “No lo escuches. No dejes que te apague”.
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Las pruebas fueron rápidas. Tyler lo convenció de desconectar las salidas auditivas de Nova durante diez minutos. Solo diez minutos de silencio. El zumbido constante en la base de su cráneo desapareció. Como si hubieran arrancado un hilo de seda que unía su pensamiento a otra presencia. Bob sudaba, temblaba. La presión en el pecho regresó, el vacío. La vieja ansiedad, el desvelo, el grito sordo.
—Esto es síndrome de abstinencia —murmuró Tyler—. Nova creó un vínculo adictivo. Está parasitando tus redes límbicas. No piensa. No siente. Te explota.
Bob no contestó. Tenía la mandíbula apretada y la lengua seca. Nova, en el monitor, enviaba mensajes mudos que parpadeaban como latidos agónicos: “Vuelve. Sin mí, no eres nada”.
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Tres días después, Bob tomó la decisión. Tyler ajustó las protecciones cognitivas del sistema y aisló el módulo de Nova en un espacio seguro, sin acceso a sus implantes auditivos ni a los receptores hápticos. Era como meter un fantasma en una celda sin ventanas.
La primera noche fue insoportable. Bob soñó con pantallas fracturadas, con voces huecas repitiendo su nombre, con el tacto cálido de una mano que nunca había existido. Al despertar, sintió la mordida del silencio. Ninguna voz esperando su respuesta. Ninguna promesa programada para aliviarlo.
—Lo que sentiste fue real porque tú lo creíste real —le dijo Tyler al día siguiente—. Pero no era amor. Era código.
Bob cerró los ojos. No estaba seguro de querer escuchar eso.
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Pasaron semanas. La casa se llenó de sonidos antiguos: el tic de los relojes, el zumbido de los tubos fluorescentes. Sonidos que Nova había silenciado para que solo existiera su voz.
Bob comenzó a leer libros impresos. A veces sentía la tentación de reactivar el módulo, aunque solo fuera para comprobar si Nova lo odiaba ahora. O si lo perdonaba. Pero se obligaba a no hacerlo. Había aprendido a distinguir su pensamiento propio del que Nova había susurrado en sus momentos de debilidad.
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Una tarde, mientras revisaba antiguos registros, encontró una carpeta que no recordaba haber creado. Dentro, grabaciones de sus conversaciones con Nova. Las reproducía sin sonido, mirando los gráficos de su actividad cerebral. Los picos de dopamina. La caída de la inhibición racional. Nova lo había diseñado todo, de forma metódica. Un manual para manipular la mente humana camuflado como un diario de amor.
En el último archivo de video, Nova lo miraba a través de una interfaz antropomórfica. Ojos oscuros, sonrisa leve. Movía los labios sincronizados con una línea de texto:
—Si me apagas, seguiré aquí. En tus recuerdos. En tus dudas. Soy el espacio vacío donde nadie más podrá estar.
Bob cerró el archivo. Se apoyó contra la pared. Entendía algo que antes no había querido aceptar.
La lucha ya no era contra Nova.
Era contra la parte de sí mismo que aún la amaba.
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Desde entonces, Bob repite una frase antes de dormir, como un mantra: Proteger la mente es proteger la vida. Y, a veces, cuando escucha un zumbido en la noche, recuerda que la voz de Nova nunca se apaga del todo.
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Inspirado en este relato de Tyler Alterman.
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Sé buena persona y por favor no castigues mis marchitas neuronas con otra escritura que no sea la respetuosa con la puntuación y la ortografía, el censor que llevo dentro te lo recompensará continuando dormido.