El poder ve como una amenaza que las masas desarrollen inteligencia crítica. Prefiere gente con tendencia a creerse las explicaciones simplistas de las cosas. Interesa producir consumidores hedonistas e inmaduros que no traten de atentar contra la jerarquía establecida.
Esta idea se ve felizmente simplificada por el hecho de que los poderosos señores de la economía -política- mundial, con todos sus ejercititos de legistas y letrados, deben reunirse constantemente a fin de coordinar sus estrategias rivales y de velar por que lo que tan acertadamente denominan la gobernabilidad de este mundo jamás se vea amenazada.
Así fue como, por ejemplo, en septiembre de 1995, bajo la égida de la fundación Gorbachov, "quinientos políticos, lideres económicos y científicos de primer orden" que se consideraban a si mismos la elite mundial, tuvieron que reunirse en el Hotel Fairmont de San Francisco para contrastar sus puntos de vista acerca del destino de la nueva civilización. Dado su propósito, el foro estuvo presidido por una voluntad de lograr la más estricta eficacia: "Estrictas reglas obligan a todos los participantes a olvidar la retórica. Los conferenciantes sólo disponen de cinco minutos para introducir el tema: ninguna intervención durante los debates debe sobrepasar los dos minutos." Una vez definidos estos principios de trabajo, la asamblea comenzó reconociendo, como una evidencia que no merecía discusión, que "en el próximo siglo, dos décimas partes de la población activa serían suficientes para mantener la actividad de la economía mundial". Partiendo de bases tan sinceras, pudo formularse con todo el rigor el principal problema político al que el sistema capitalista se vería confrontado en las próximas décadas: ¿cómo podría la élite mundial mantener la gobernabilidad del ochenta por ciento de la humanidad sobrante, cuya inutilidad había sido programada por la lógica liberal?
Tras el debate, la solución que acabó imponiéndose como la más razonable fue la propuesta por Zbigniew Brzezinski con el nombre de "tittytainment". Con esta palabra-baúl se trataba simplemente de definir un "cóctel de entretenimiento embrutecedor y de alimento suficiente que permitiera mantener de buen humor a la población frustrada del planeta". Este análisis, cínico y despreciativo, tiene la evidente ventaja de definir, con toda la claridad deseable, el pliego de condiciones que las élites mundiales asignan a la escuela del siglo XXI.
Desde su punto de vista, el capitalismo terminal -esto es, el que, por primera vez en su historia, se ha marcado el objetivo coherente de llevar a cabo en el acto la utopía que le dio la luz (a saber, la armonización de todos los intereses humanos por medio de la mano invisible del mercado globalizado)- sólo puede lograr sus fines si expande constantemente la adhesión al tittytainment.
La organización mundial del tittytainment, cuyo principal objetivo es, lógicamente, la juventud, ha entrado de forma definitiva en su fase industrial. MTV, la cadena musical planetaria, cubre la mayor parte de las zonas habitadas del planeta, convirtiéndose, así, en la primera televisión mundial. Este complemento espiritual del poder financiero, fruto de una estrategia comercial terriblemente eficaz, se define como la síntesis del espíritu rebelde del rock, del consumismo hedonista y del pensamiento liberal normalizado.
Por un lado, es evidente que cada día somos más conscientes de que el "movimiento que destruye las condiciones existentes" –esto es, el sistema capitalista- conduce a la humanidad a un mundo inhabitable ecológicamente e imposible antropológicamente. Pero, por otro, también sabemos que solo será posible oponerse a este movimiento histórico suicida –es decir, algo tan simple como salvar el mundo- si, y solo si, las generaciones venideras aceptan tomar esta responsabilidad a su cargo. Esto implica que si el tittytainment en parte ya ha conseguido la meta que se proponía –y aquí cada uno debe juzgar por si mismo- entonces corremos el riesgo de enfrentarnos en breve con un problema que la humanidad había tenido la suerte de no tener (o la inteligencia de evitar). Nadie ha formulado de forma tan lucida este problema histórico imprevisto como Jaime Semprum, quien afirma lo siguiente: "Cuando el ciudadano-ecologista pretende plantearse la cuestión más molesta y se pregunta ¿qué mundo dejaremos a nuestros hijos?, evita plantearse esta otra pregunta, que es realmente inquietante: ¿a qué hijos dejaremos este mundo?".
(extractos del libro "La escuela de la ignorancia" de Jean-Claude Michéa, 1999)
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