domingo, 6 de julio de 2025

Pasos donde no hay pies

La noche se extiende como un charco de tinta espesa. No hay viento, no hay lluvia. Solo el zumbido de los electrodomésticos en reposo y el leve crujido de la madera adaptándose al frío. Me acomodo en el sillón, el libro abierto sobre mis rodillas, pero no leo. Algo no está bien.

No es un ruido concreto, no es un movimiento perceptible. Es un desplazamiento en la textura del aire, una distorsión en el silencio. Como cuando entras a una habitación donde alguien acaba de estar y aún flota su presencia, adherida a las cosas.

Cierro el libro y respiro hondo. La luz de la lámpara proyecta mi sombra sobre la pared. Me parece más alargada que de costumbre, como si algo la estirara.

Un chasquido. Madera cediendo bajo un peso mínimo. Giro la cabeza, pero la casa permanece intacta. La puerta entreabierta al pasillo, la cocina en penumbra, el pasillo que se hunde en la oscuridad como una garganta abierta.

Intento reírme de mi paranoia, pero el sonido se me enreda en la garganta. El silencio ha cambiado. Ya no es un vacío, sino un contenedor. Algo lo llena, como una respiración apenas contenida.

Me levanto despacio. La alfombra absorbe mis pasos, pero no el crujido seco que resuena detrás de mí. Un eco retardado, una huella en falso. Me detengo. El sonido cesa.

Doy un paso más.

Otro crujido. No de mi pie, sino del suelo adaptándose a un peso invisible.

Mi reflejo en la ventana me devuelve la mirada. Solo que, por un instante, juro que hay otra silueta más atrás.

No quiero darme la vuelta.

Pero el reflejo empieza a moverse sin mí.