domingo, 4 de mayo de 2025

Los veranos del palito

¡Oh, la infancia en el pueblo, ese dorado momento tan entrañable de la vida! 

El abuelo, silbando mientras afilaba el cuchillo para degollar los cerdos; papá, laborioso y práctico, retorciendo el pescuezo de los patos como si enderezara ramas torcidas; la abuela, experta absoluta, decapitando gallinas con la gracia de quien corta flores. Y, todos los domingos, tu hermano mayor, el primogénito orgullo de tus padres, daba matarile a los conejos de un golpe de kárate en el cuello para el arroz de mediodía. 

¿Qué podías hacer tú para demostrar a la familia que eras el digno descendiente de tal estirpe de verdugos? Fiel a las tradiciones, te imponías como emperador del hormiguero, mostrando a esas minúsculas criaturas el poder de los ríos de plástico ardiendo que, con fruición, vertías sobre ellas. 

En conjunto, todo un ciclo de vida y muerte, en el que el propio mundo te mostraba su esencia. 

¡Ay, qué bonita fue la infancia!

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