domingo, 25 de mayo de 2025

¿Y estum?

A veces me descubro buscando la respuesta perfecta, ese matiz impecable que no permita la más mínima réplica. Luego, recuerdo mi primer fracaso público: debía tener unos 11 o 12 años, presenté un trabajo para una exposición escolar y el maestro lo descartó con unas palabras duras como el acero. La vergüenza que experimenté fue desoladora, pero ahora puedo ver cómo me ancló con firmeza a mi humanidad. Me hizo asumir que la imperfección narra mi historia tanto o más que mis logros, y que de esa fragilidad surge la fuerza que me impulsa.


Hoy, cuando veo algoritmos capaces de redactar discursos sin aparentes defectos o producir rostros digitales fotorrealistas, sonrío a medio camino del pavor y el alivio. Es posible que las máquinas, fruto de nuestra creación, hayan alcanzado una pulcritud inaudita, pero nosotros, con nuestras huellas de barro, marcamos la diferencia. Nuestros defectos, esas pequeñas briznas de caos, nos impulsan a soñar con lo inalcanzable y a rediseñar el mundo una y otra vez.


Ser conscientes de la cicatriz en nuestro ombligo —ese vestigio de un origen compartido— inspira a abrazar lo que somos: un cúmulo de aciertos y fracasos, de esperanzas y pesares, que cada día se atreve a gestar un nuevo intento de realidad. Porque, mientras creamos desde la incertidumbre, el mundo late con un pulso auténtico. Cada error que cometemos nos recuerda que seguimos vivos, que perseguimos lo imposible, y que en esa tensión reside nuestra humanidad.


Siento que esa capacidad de fallar —y, aun así, persistir— nos mantiene despiertos. Es ahí, en ese espacio tan vulnerable, donde creamos nuestra propia historia y dejamos nuestra huella más real.


Si estas palabras te han llamado la atención, siempre es recomendable leer a mi querido Diego S. Garrocho, hoy, más que nunca, siguiendo este enlace de baldosas amarillas.

domingo, 18 de mayo de 2025

¿Quién fuiste, quién eres y en quién te convertirás?

 

Sísifo, por DALL·E 3

Siempre he creído que el carácter no se moldea en la comodidad, sino en ambientes que nos plantean retos. Cuando pienso en personajes de la historia reciente que encarnan esta idea, de manera inmediata me viene a la memoria Nelson Mandela. Su vida fue una lucha continua contra la opresión, con veintisiete años de su vida pasados en prisión por luchar por algo tan básico como los derechos humanos. No obstante, cuando la segregación racial fue finalmente derrotada, no se convirtió en uno de los mejores presidentes de Sudáfrica por haber sufrido, sino por quién se había convertido mientras. Un Mandela compasivo, paciente y decidido a sanar a su país. El resentimiento no definió en quién se había convertido; por el contrario, su trayectoria vital le llevó a comprometerse de una manera inquebrantable con sus semejantes, poniéndose a su servicio.


De una forma similar, tenemos a Jane Goodall, quien sigue entre nosotros. Desde su juventud, desafió las expectativas que una mujer de su época podía tener al mudarse de su humilde hogar británico a las junglas africanas para estudiar a los chimpancés. Vinculada a estos animales, no solo cambió nuestra perspectiva de ellos, sino que dedicó su vida a su preservación y la del medioambiente. Es un ejemplo vivo de cómo la curiosidad, la determinación y el compromiso con una gran causa pueden construir un legado duradero.


Otro ejemplo relativamente reciente es Marie Curie. Su genialidad no provino de una vida fácil, sino de un duro esfuerzo; en un entorno monopolizado por los hombres y con escasos medios materiales, sus contribuciones científicas transformaron la medicina y la física.


Estos tres son perfectos ejemplos de que su felicidad no fue fruto de nacer y crecer en un entorno pleno de medios materiales y con todo a su favor, sino que la alcanzaron gracias al camino, a la vida que eligieron vivir y que terminó definiéndoles. En última instancia, somos quienes decidimos ser y no otra cosa. Viktor Frankl, uno de los supervivientes del Holocausto, nos dejó la idea de que el sentido no se descubre; sino que se construye. Incluso en las situaciones más espantosas, lo único que importa son nuestras respuestas a los desafíos.


Antes de terminar, cierro con esta pregunta: Así que, antes de hacer la pregunta: ¿Qué desafío has elegido asumir para construir tu vida?

Porque las adversidades no son nuestras enemigas; son las condiciones necesarias para que podamos moldear nuestro carácter. La verdadera tragedia de cualquier persona no es el fracaso ni el dolor, sino vivir sin un propósito, sin cuestionarnos quiénes queremos ser y trabajar por hacerlo posible. Por tanto, cada noche, antes de cerrar los ojos, la pregunta que todos nos deberíamos hacer es: ¿en quién te has convertido hoy?

domingo, 11 de mayo de 2025

Pureza mal

La pureza es una idea que pesa como una losa sobre la humanidad, pero desde que tengo uso de razón, me ha parecido una obsesión que roza lo patológico. Es como si, en nuestra búsqueda de sentido, nos empeñáramos en encontrar la perfección en conceptos tan abstractos como inútiles. Desde mi pequeño rincón del mundo, siempre he sentido que el mestizaje —de culturas, de ideas, de sangres, incluso de contradicciones— es la verdadera fuente de riqueza.

En los años 80 del pasado siglo, crecí en un pueblo donde las raíces se entrelazaban como una maraña de hiedra imposible de desenredar. Tuve como compañero de clase a un chaval de Guinea Ecuatorial, la abuela que me regalaba caramelos en la esquina tenía un acento gallego marcado, y los fines de semana en la plaza se escuchaban músicas de muchas partes del mundo. En ese caos ordenado, no había pureza, solo vida. Pero también he visto cómo, al calor de una crisis, esa misma plaza se llenaba de discursos que prometían devolvernos un orden perdido, una esencia que nunca existió. «Ellos son el problema», susurraban, como si el dedo que apunta al otro pudiera sanar nuestras propias miserias.

Lo irónico es que, mientras unos añoran las fronteras bien marcadas de un pasado idealizado, otros, desde trincheras opuestas, alzan estandartes de pureza moral que también asfixian. Yo he sentido el filo de ambos lados: cuando no fui “suficientemente de aquí” por mis raíces familiares, y cuando me juzgaron por no pronunciar correctamente las consignas del día. Es agotador vivir en un mundo donde las verdades absolutas se cruzan como espadas.

Por eso, cuando me siento perdido en este mar de ideologías puras, regreso al consejo que una vez me dio mi abuelo: «Sé como el río, no hay pureza en su agua, pero siempre encuentra su camino». Me aferro a esa imagen porque creo que ahí reside el secreto de nuestra convivencia: en la mezcla, en el movimiento, en la duda. Frente a los dogmas, frente a los totalitarismos camuflados de tradición o de progreso, prefiero el mestizaje, no como un refugio cómodo, sino como una apuesta radical por la complejidad de lo humano.







domingo, 4 de mayo de 2025

Los veranos del palito

¡Oh, la infancia en el pueblo, ese dorado momento tan entrañable de la vida! 

El abuelo, silbando mientras afilaba el cuchillo para degollar los cerdos; papá, laborioso y práctico, retorciendo el pescuezo de los patos como si enderezara ramas torcidas; la abuela, experta absoluta, decapitando gallinas con la gracia de quien corta flores. Y, todos los domingos, tu hermano mayor, el primogénito orgullo de tus padres, daba matarile a los conejos de un golpe de kárate en el cuello para el arroz de mediodía. 

¿Qué podías hacer tú para demostrar a la familia que eras el digno descendiente de tal estirpe de verdugos? Fiel a las tradiciones, te imponías como emperador del hormiguero, mostrando a esas minúsculas criaturas el poder de los ríos de plástico ardiendo que, con fruición, vertías sobre ellas. 

En conjunto, todo un ciclo de vida y muerte, en el que el propio mundo te mostraba su esencia. 

¡Ay, qué bonita fue la infancia!

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