En los últimos diez años, la polarización política y social en España ha aumentado hasta niveles alarmantes. Más que una dinámica que refleja a la sociedad, la polarización parece ser un mecanismo deliberado por parte de la clase política para mantenerse en el poder. Los partidos tradicionales, en particular PSOE y PP, con la colaboración necesaria de otros oportunistas de nueva creación, han renunciado a su papel de representantes orgánicos de sus bases para convertirse en plataformas electorales centradas en la figura del líder, lo que ha generado más confrontación y desigualdad.
La polarización no surge de manera orgánica de la sociedad,
en lugar de ello, ambos términos son alimentados desde las alturas del poder
político, a su vez apoyado por el económico, que efectivamente lleva las
riendas del sistema. Los partidos necesitan mantener a sus votantes en estado
constante de alerta y reacción, por lo que la creación de bandos antagónicos se
convierte en una táctica perfecta para movilizar y garantizar la fidelidad de
sus acólitos. Los medios de comunicación desempeñan un papel vital en esta
dinámica. En lugar de servir como un contrapunto neutral y un espacio en el que
se pueda argumentar, muchos medios de comunicación españoles informan según los
intereses políticos y fomentan confrontaciones en lugar de apaciguarlas. La
prensa debería actuar en su carácter de guardiana de la verdad y enemiga del
populismo, en cambio, no pocos periódicos hablan de amarillismo e informan
sobre cuestiones sensacionalistas en vez de transformarlo.
Desde luego, la sociedad civil desempeña aquí un papel
fundamental. No hay duda de que se necesitan iniciativas de diálogo y
entendimiento mutuo, educación cívica e instituciones democráticas robustas.
Solo mediante un esfuerzo común podremos erradicar las estructuras que
promueven la fractura ciudadana. La presión de la ciudadanía por la
transparencia y la rendición de cuentas puede obligar a la clase política a
actuar de una manera más responsable y menos en la división.
El futuro de la democracia en España estará determinado por
nuestra voluntad de perseverar en la creación de una política de diálogo y
consenso. La transformación no será fácil ni rápida, pero no es imposible.
Requerirá un esfuerzo importante y tenaz de todos los sectores de la sociedad
para desmontar el statu quo actual, que es un negocio lucrativo y destructivo
basado en la confrontación. La experiencia de otros países demuestra que la
polarización se puede revertir de la mano de una política inclusiva y una
sociedad civil activa. Asimismo, también ha sucedido todo lo contrario:
sociedades que han permitido llegar al poder a candidatos autocráticos con un
pequeño barniz democrático.
Sin un esfuerzo decisivo para acercar las posiciones y
superar nuestra supuesta polarización, las consecuencias para España podrían
ser graves y duraderas. En última instancia, la perpetuación de la división
debilitará la cohesión social al erosionar la confianza de los ciudadanos y sus
instituciones democráticas. Un ejemplo contemporáneo de este letal círculo se
encuentra en la creciente violencia y enfrentamientos en torno a las
manifestaciones políticas. Los disturbios de Barcelona en 2019 son un micromodelo de intolerancia y radicalismo, pero son simplemente un ejemplo, cualquier otra supuesta «razón legítima» puede derivar en estas situaciones.
Además, la inmovilidad en la toma de decisiones políticas
puede paralizar el progreso legislativo, trayendo consigo instrumentos
poderosos sin oportunidades de implementación y socavando la capacidad de
implementar políticas en favor del bienestar económico y social del país. Sin
un esfuerzo consciente por parte de nuestros ciudadanos y líderes para alcanzar
consensos más amplios, profundizaremos aún más las brechas, fracturas sociales y
políticas y debilitaremos nuestra democracia y nuestro futuro.