En ciertas narrativas recurrentes emerge un patrón con claridad: un personaje comete un error, uno solo, que luego lo persigue hasta el final de sus días. Imagina a una joven que, por un error de identificación en la policía, destruye dos vidas, incluida la suya. O a un hombre, cuyo intercambio de miradas se convierte en una obsesión que da paso al nacimiento de un acosador persistente. O una pareja que fracasa en su primer encuentro íntimo, marcando para siempre su relación.
Se critica este recurso narrativo por considerarlo
inapropiado para un artista serio, acusándolo de instrumentalizar una obsesión con el incidente
que no refleja la gradualidad y el desorden de la vida real. Mientras algunos
autores se deleitan en la lenta acumulación de la experiencia humana, otros se
centran en un evento singular. Demasiado ordenado. Demasiado simplista. Escrito como si estuviese
destinado a ser el guión de una telenovela.
Hoy, con el suficiente paso del tiempo a mis espaldas como para observar a mis
contemporáneos en su edad madura, incluidos algunos decepcionados y lastimados,
sostengo que esta visión captura acertadamente la realidad. La sorpresa y el
terror de la madurez radica en cuánto del destino de una persona puede depender
de un solo error de juicio.
¿Ejemplos? Si te casas mal —o te casas cuando no deberías—
no supongas que el daño es reversible. Si eliges mal tu carrera y te das cuenta pasados los 30, no cuentes, salvo inusuales excepciones, con encontrar un camino
de retorno. Ninguno de estos errores tiene que condenar a una persona a un
sufrimiento eterno y profundo, pero la vida depende del camino, cada error limita
las próximas rondas de opciones. Un gran error, o simplemente uno temprano,
puede cerrar toda esperanza de alcanzar la vida que inocentemente soñabas.
Y en cuanto a las personas que se dedican profesionalmente a ofrecer orientación, debería existir más sinceridad en su praxis. El auge de la industria del consejo —los podcasts de autoayuda, los entrenadores ejecutivos, etc.— ha sido mayormente benigno, pero mucho de su contenido se basa en los ideales estadounidenses, y refleja el optimismo mágico de ese país. La noción de un error irremediable es casi transgresora en la tierra de las segundas oportunidades. Además, por razones comerciales obvias, se dice al cliente que no todo está perdido, que la vida aún puede ser moldeada llegada la vida adulta. Por más brillante que sea el orador, nadie se inscribe en un seminario motivacional que proclame: "¿Tuviste hijos sin pensarlo bien? Ya es tarde".
En la narrativa contemporánea, un error no es un error, sino
una oportunidad para crecer, para desarrollar resiliencia. Es simplemente un
puente hacia el éxito definitivo. Y hay casos en los que así es. Pero la
vida de una persona a los 50 no es la suma aritmética de todas sus decisiones pasadas. Por el contrario, está marcada por unas pocas desproporcionadamente importantes: a veces
profesionales, a menudo románticas. Si fallas en estas, el alcance para
remediar la situación es, si no nulo, muy complicado y la cultura cultura actual tiende a ocultar o falsear las malas noticias, endulzándolas con un almíbar de zonas seguras, enaltecimiento de los sentimientos hasta cumbres inaccesibles salvo para uno mismo, etc.
El vasto atractivo de los deportes de competición se confirma la mayoría de los fines de semana, en los que el resultado generalmente se decide por un tanto. Un equipo o jugador domina el partido, crea mejores oportunidades y, llegado el final, pierde el partido por un error. Esto, sin duda, refleja la vida fuera de los estadios.
Ahora, pasada ya la
mitad de mi vida, observo con asombro, decepción y pena, la ligereza con la que
algunas personas toman decisiones, a la par que oculto con un velo de desmemoria las mías erradas.